Miquel Barceló. Ramo inclinado.
www.banrepcultural.org
Miraba fijamente la pantalla del ordenador. Números abundantes en columnas verticales, aparecían y desaparecían con la velocidad impronta del desplazamiento del cursor sobre los cuadros de ejecución del programa. En un determinado momento, alguno de ellos llamó especialmente su atención y clickeando sobre el mando de control, detuvo la caída libre de aquéllos, que en cascada se arrojaban sobre la base del luminoso cristal. Aumentó el tamaño de la zona donde esperaba el guarismo que había sido avistado.
Acercó el rostro para comprobar si la parada efectuada era acertada, tras observar determinada cifra. Cotejando con miradas a un documento que sobre el escritorio y junto al teclado estaba, se cercioró de que los datos corroboraban la acción ejecutada, y apareció en su rostro un leve gesto de satisfacción por haber dado con el enigma que con paciencia supina, buscaba.
Realizó un apunte sobre el papel, también lleno de números y varias anotaciones más; reclinándose después en el sillón que lo acogió como amigo entre sus brazos.
Se relajó.
Miró el horario que marcaba la pantalla de la computadora.
Vio que le restaban unos minutos para la llegada del momento en el que terminaba su jornada laboral. Una vez desprendida la tensión ocasionada por la actividad de esa tarde, comenzó a divagar sobre cuestiones diarias sencillas y superficiales, como la charla mantenida por teléfono con Sara, su mujer; la comida de mediodía junto a otro compañero de trabajo, o en la sencilla manera de explicar cualquier asunto por el que era preguntado Pedro, el recepcionista de la empresa, un bufete de abogados.
El tiempo delimitaba espacios y eventualidades capaces de sortear peculiaridades de situaciones a los que de una manera u otra no se esperaban ni imaginaban.
Isabel, se encontraba en el despacho de recursos humanos de una empresa situada unas plantas más arriba en la misma torre de oficinas, y cuya actividad se dedicaba a la importación y exportación de productos manufacturados. Su entrevista para optar a un puesto de administración, acababa de finalizar y estaba entregando los documentos que le habían solicitado, para así completar las condiciones que le exigían.
Salió con la misma sensación que hasta ese día, le habían ocasionado otras más por las que después de mantener casi el mismo tipo de entrevista, le comunicaban el consabido, "ya le avisaremos si decidimos contar con sus servicios".
Harta de oír siempre la misma cantinela, salió de dicha empresa con un ánimo indiferente y sin ilusiones de verse elegida para ese puesto.
Esperó en el pasillo, frente a las puertas de los ascensores, la llegada de alguno de ellos.
Centrado de nuevo en su estado secuencial de tiempo, Álex inició las oportunas y rutinarias tareas para dejar la oficina en condiciones para el trabajo del dia siguiente, con vistas a la inmediata salida de su puesto de trabajo.
Tras saludar a Pedro, se dirigió a la zona de ascensores para abandonar el edificio.
La primera persona que se encontró de frente al entrar en la caja metálica era una mujer, causándole tal impresión su visión, que le sobresaltó el corazón, alterando el ritmo cardíaco.
No podía ser, pero su parecido era mayúsculo con alguien que ya había pasado por una etapa de su vida, muy lejana en el tiempo, aún cuando nunca abandonó su recuerdo y sentimientos hacia ella. Se posicionó cerca, inundando el sentido olfativo de la agradable fragancia que esa mujer desprendía, pensando mil cábalas, mientras pasaban por los distintos pisos donde iban entrando más personas.
La cuestión de plantearle una pregunta sobre su identidad, pasó por la cabeza, pero ante una respuesta negativa sopesó la inconveniencia de la situación desechando cualquier iniciativa.
Isabel, al ver entrar a Álex en el ascensor, no pudo por menos que sorprenderse, reaccionando con una primera impresión que paralizó todo sentido que en ese momento hacía en ella ser consciente de ante quien se encontraba.
El ascensor paró en la planta baja, donde estaba la salida del edificio. Isabel abandonó el ascensor, con un pensamiento dubitativo martilleando una decisión; girarse y afrontar lo que deparase el destino del que estaba segura, sería posiblemente, inquietante; por las consecuencias que podría ocasionar en las vidas de los dos. También sopesaba seguir hacia la salida y no dejar que el azar influyera en el futuro.
Llegó al sótano el ascensor, al salir los que aún quedaban en él, se dirigieron a por sus coches que estaban aparcados en el garaje.
Ya en ruta, en la gran avenida con dirección a su casa, Álex no dejaba de pensar en Isabel. Sabía con total seguridad, que se trataba de ella. Aparcó el coche lo más rápido que pudo y salió corriendo en busca de esa mujer que creía ser el gran amor adolescente que perdió por un cúmulo de equivocadas circunstancias.
Al salir del edificio, y una vez en la calle, sintió el buen ambiente que la tarde otorgaba, tanto climatológico como social, dado el gran número de personas que recorrían la avenida.
Isabel, se sintió decepcionada por la elección que tomó al dejar pasar la oportunidad de volver a sentir su presencia. Caminó pensativa, rememorando los años de juventud donde Álex, significó tanto en su percepción del amor y la vida en común.
Entró en el coche que tenía aparcado en una calle adyacente a la avenida, sin dejar de pensar en lo que pudo haber sido y no fue, años en los que sintieron que nunca se les acabaría la vida, en los que cada momento era una esperanza, una ilusión, un destello de luz, donde no podía caber más amor; y sin embargo, la distancia olvidó, formó diferentes costumbres y ambientes sociales en ambos y acabó desembocando tristemente en el pozo apático de la indiferencia, donde la luz y brillo se apagaron ocultos por la indolencia.
Con lágrimas resbalando por su cara, abandonó aquella zona donde no pensaba volver jamás, en dirección a casa, donde esperaban Sandro su pareja, con el hijo de ambos.
Desesperado, y fuera de sí; la rabia se apoderó de la lógica normalidad en su comportamiento, y gritando el nombre de Isabel, no paraba de adentrarse en distintas calles y mirar en todas direcciones, buscando aunque solo fuera el olor de su fragancia.