Fotografía de Juan M García F (Facebook)
Me trae el recuerdo una sonrisa. Entre suaves vientos de melancolía, jugando sobre montones de paja en la era, llevando en volandas las correrías tras una pelota o escondiendo la picardía en una esquina; llevo un saco lleno de fantasía arrastrado por un triciclo.
Danzando me cubre una ilusión, entre los lilos por donde caminan mis suspiros, entonando una alegre canción.
El patio del colegio se llena de alegres voces.
Qué cerca me rondan los sonidos que un dia llenaron mis emociones, de alegría, de dicha, de entusiasmo y el ensueño jugando con la imaginación.
Ronronea un gato entre amables caricias.
Con el ánimo lastimado percibo la deuda que mi corazón reclama. Dócilmente un susurro, se balancea como un eco entre mis sentidos, alertándome de la tristeza que en silencio, anida en mi interior.
Cantan bailando las campanas.
Añorando los gratos sonidos de la floresta, los sueños sobrevuelan los almendros y la percepción se relame al verse entre montañas, coquetas y redondeadas por la caricia de los años.
Lentamente, las lágrimas resbalan pendiente abajo con el peso de la amarga sensación por unos paisajes perdidos, los rostros abandonados, los sentidos desperdiciados, por los afectos desaprovechados.
Cuando la ausencia marca dolorosamente el paso del tiempo, el olvido tiende a tapar con subterfugios y engaños, la entrada a la cueva encantada; donde se esconde asustada la alegría de la inocencia.
El timbre de la bicicleta anuncia la salida.
Espolvoreados los caminos por carros de ilusiones, ramifican las arterias que portan el sudor de la tierra labrada, de los huertos multicolores, del cómplice balanceo del trigal, y la perenne fortificación del olivar, que con su presencia disuade cualquier avance del barbecho.
Junto al vuelo del águila, planean mis anhelos, vertiginosamente acobardados ante la magia de la tierra que atrae con suma intención, cualquier destello de abandono y me hace sentir como el traidor que ha renunciado a su pasado, que desprecia su memoria y ataca sin contemplación, la ingenuidad de la niñez.
La nostalgia me castiga con alevosía, y sin pudor pretende arrodillarme ante los chapoteos en el agua, me lleva por los frutales coloreados con vivos óleos, por los bancos de un parque, donde una cabra postrada en piedra, contempla cómo las sonrisas fluyen descaradamente sin control y allí, en los escondites de los rincones extraviados, la timidez aloja un beso.
Saltando me transporta por cada pisada que dejé marcada y que no desaparecerán hasta borrarlas con otras nuevas.
En el campanario, solo se oye el gorjeo de las palomas.
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