viernes, 24 de marzo de 2017

RONDA DE ROSAS

                   Murcia, Plaza Circular. https://blog.ledbox.es  


                                   

Sin saber a ciencia cierta lo que le puede deparar el próximo instante, contempla plácidamente desde la terraza de la cafetería, el devenir cotidiano del momento.
Sentado en una postura informal, relajada, rozando la impostura, echado sobre la silla como si se hubiese precipitado desde una altura considerable y tomado esa forma alargada al caer tras quedar inmovilizado como pose de alguna ilustración fotográfica. Casi recostado sobre la horma de un cuerpo esbelto, musculoso, pero refinado en las lineas marcadoras del perfil corporal, define su silueta.
Entre los dedos un cigarrillo a medio consumir y humeante, la pierna izquierda cruzada sobre la otra, con una sonrisa pícara en los labios y los ojos, entornados por el peso de los párpados. Encima de la mesa junto a la silla que ocupa, una copa de ginebra con tónica, y a su lado una pequeña caja de las utilizadas para obsequiar con joyas, bisutería o cualquier presente que se estime oportuno en el momento y persona a quien vaya dirigido. 
El tiempo no se detiene, pese al empeño que muestra Andrés porque así sea. Su estado emocional relativiza las percepciones, adquiriendo sensaciones placenteras, mas allá de cualquier reflexión ecuánime con un pensamiento determinado y coherente. 
Se deja llevar junto a la brisa.
El murmullo de voces que son desplazadas junto a aquellos que las emiten, entonan un acompasado compás en sus oídos, musicando la sensibilidad receptora de cualquier sonido.
Transcurre la tarde a mayor velocidad de la deseada al comprobar con cierta inquietud, cómo la franja horaria desde que se sentó en aquella silla de la terraza del bar, ha variado irremediablemente sin percatarse de que la hora que espera su llegada, se acerca a él sin pausa ni motivo que la detenga.
Recompone la postura tomada sobre el asiento que ocupa, bebe de la copa y saca otro cigarro de la cajetilla que coge del bolsillo de la cazadora que lleva puesta, junto a un mechero tipo zippo. Enciende el pitillo y exhala una bocanada de humo, transmitiendo el cambio de actitud ante la mostrada anteriormente al mirar el reloj.
Ya no es el ser despreocupado por los acontecimientos, ahora; se prepara para protagonizarlos.
Al cambiar la interpretación, con ella lo hacen las apreciaciones que del lugar y personas que cubren su entorno de ese instante. Es consciente de la marea de gente que pulula en ambos sentidos de la amplia acera que también es ocupada por él. Las voces que se oyen, se convierten en indescifrables sonidos guturales sin compás ni melodía.
La atención encuentra los sentidos dispuestos a adquirir otro tipo de sensaciones.
Está decidido a afrontar lo que con tanto empeño persigue, sin haber sido capaz de dar el paso decisivo; hasta el momento en que se dijo: - De hoy no pasa. 
Siendo ya el tercer día en el que se vuelve a repetir dicha frase, al haber fracasado anteriormente en dos ocasiones. Convenciéndose ingenuamente con la célebre acepción de: "A la tercera, va la vencida". 
Tal vez la ingesta de alcohol le ayuda en afianzar la decisión tomada. Seguramente aumenta su autoestima y valor para facilitar la dicción en el establecimiento del diálogo a emplear, e incluso puede que fije su seguridad en los sentimientos que le arrastran a plantear una postura determinante de la que espera salir airoso y con la certidumbre de que todo lo pensado se reproducirá con la fijación y voluntad deseada.
Sin duda, valora como positiva la bebida de alguna que otra copa; afianzando la decisión tomada, sin posibilidad de retornar en el argumento de la idea inicial.
Mientras tanto, sortea amargamente el sol la mirada, dibujando sombras amenazadoras con perfiles de aristas escabrosas de un pesaroso atardecer , que ante el ocaso de la luminosidad en un horizonte de hormigón, los edificios aparecen delineando una figura quebradiza en el fondo del barrio; se perciben también con notoria sensación, los rápidos desplazamientos de la gente, que acaso están llenos de intranquilidad por llegar a un destino en el que hay esperando impaciente el deseo de una ilusión, o la inquietud de una duda, puede que de una explicación ansiosa por saber hasta qué punto es cierta la sospecha; también la confianza de ser acogido con afecto, cariño, amor presuroso del encuentro y ser recibido entre unos brazos poseedores de la tranquilidad en la que uno se siente protegido.
Ya sea por ver terminada la jornada agobiante y cansina también, donde el hartazgo supura lleno de rabia por tanta incomprensión en los distintos ámbitos laborales que se ven pisoteados por el abuso y el poder.
La querencia que tanto espera a lo largo del día, una sonrisa amable llena de besos conciliadores. 
Gente que a esas horas se mueve en todos los sentidos que bordean la plaza; allí se abren las calles que circundan tan concurrida glorieta. 
Las sombras se van alargando en el parque situado en el centro de aquella agradable zona central ocupada por un coqueto jardín con un bello parterre custodiado por una arboleda en la que unas palmeras, cubriendo las alturas de otros frondosos compañeros de planta, figuran como majestuosas reinas de un pequeño oasis del asfalto.
Acompañan al bello jardín unos coquetos bancos de madera, ocupados por gente variada en su edad, vestimenta y animosidad ante las representaciones que se ejecutan con más o menos énfasis.
Unos niños, alborotan los silencios de algunas personas en su paciente estancia; mientras alegran las sonrisas de las madres en las conversaciones que mantienen en sus corros de reunión, ajenas al estrépito que causan los automóviles en su circulación alrededor de la plaza.
María, junto a una compañera de trabajo, llega hasta una de las intersecciones con la plaza, provenientes de la calle donde esta el edificio de oficinas en el que trabajan ambas chicas. Su amiga, tras despedirse de María con dos besos, toma un autobús y ésta continua hacia la ronda central cruzando un paso de cebra. Se adentra en el parque por medio de un camino, donde las farolas isabelinas ya han dado su punto de luz artificial para ir acompañando la huida de los rayos solares, ocupando su lugar poco a poco, hasta que les llegue el momento de quedarse a solas cubriendo junto a las estrellas toda ilusión o sueño que aflora entre dulces pensamientos.
Andrés está situado junto a una farola cerca del parque donde los niños, poco a poco van abandonando los juegos, cogiendo las manos de sus madres o en grupo intentando alargar la algarabía que mantenían en la arena o en algún elemento del conjunto de diversas atracciones para jugar que tiene la zona del parque.
Lleva la pequeña caja en las manos, y Andrés duda al aumentar su nerviosismo cuando ve acercarse a María.
Continúa junto a la farola, y ella pasa a su lado mirándole de soslayo con una leve sonrisa.
Tras dejar unos pasos de distancia, comienza el avance de Andrés, con la gran incertidumbre que atenaza sus movimientos y causándole una ansiedad que le hace ver otra derrota de sus intenciones.
Pero de pronto ve los ojos de María que con un giro de cabeza, le mira y disminuyendo la velocidad de sus pasos, va esperando que llegue Andrés a su altura; pues éste, una vez realizada la operación de avistamiento entre las miradas llenas de deseo y esperanza, con pasos rápidos y seguros, se coloca junto a la chica saludándola.
- Hola, me llamo Andrés y tu?
- Soy María, yo te conozco. Eres el mensajero que vas donde trabajo a llevar correspondencia.
- Si, así es. También me había fijado ya en tí, cuando voy por allí. Lo que pasa es que como voy tan rápido y con prisa, no me da tiempo a hablar con nadie.
- Ya, supongo que tendrás mucho trabajo que repartir en poco tiempo. Le respondió María.
Andrés le contó cómo sabía el camino que tomaba después de salir del trabajo y cómo había decidido esperarla allí para poder hablar con ella e invitarla a tomar un refresco o una copa, según su gusto.
Tras mantener una amena y simpática conversación, decidieron entrar en una cafetería para seguir hablando y conociéndose.
Después de tomarse la confianza como para sentirse relajados, Andrés le ofreció la caja que llevaba en las manos.
A lo que María, visiblemente emocionada al abrirla, comenzó a sonreír dándole las gracias por tan bonito detalle.
Andrés al ver iluminada la cara de la chica para redondear la entrega del regalo le dijo:
- Son los pétalos que desprendías y he ido recogiendo por donde ibas, cada vez que me acercaba a ti y no me atrevía a entregártelas, hasta hoy. 

 

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