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Hoy me he levantado con ganas, con más brío y estímulo emocional.
Aun sin saber lo que estoy dispuesto a hacer, y teniendo un reducido abanico de posibilidades, estoy decidido a emplearme en algo que me satisfaga, que me haga sentir bien; por supuesto, superando el ánimo que arrastro lapidariamente con mi pensamiento, que en ocasiones me hunde en el fango de la incertidumbre y la apatía.
Mientras me visto, pienso en si voy a teclear sobre el escritorio del ordenador, lo que se me ocurra de ésta situación que vivimos, llegando a la conclusión más lógica de iniciar dicha idea cuanto antes, mejor.
Veremos lo que sale.
Llevamos una semana en estado de alerta decretado por el gobierno, para intentar ponerle freno al contagio masivo de un virus, que viene de China.
Después de lo que pasó allí, nadie pensaba que nos íbamos a tragar la misma mierda. No hicieron lo adecuado para evitarlo. Y así, y aquí, estamos. De los nervios.
Confinados en casa y con los desplazamientos restringidos salvo, para entre otros, el aprovisionamiento de alimentos y medicinas.
Algo impensable, con el sistema actual en el que nos desenvolvemos como sociedad de tan avanzada civilización.
Bueno, por pensar, se puede hacer sobre cualquier cosa que sea posible, y será posible porque ocurra en mayor o menor medida y frecuencia. De ahí, que solo imaginemos a partir de algo ya existente.
Estoy flipando. Veo la televisión, siendo la pandemia ocasionada por el puto bicho, el único tema de debate, opinión y centro de toda atención informativa, Abro internet en cualquier portal de información o red social, con el mismo panorama que en la televisión, al igual que en la radio.
Mi comprensión sobre esta trama va en aumento, ayudado por los comentarios y conversaciones que mis padres, hacen al respecto; pues ahora, claramente mi interés se desarrolla y es capaz de causar en mí un pensamiento más racional, sin llegar a darle la relevancia que seguro tiene.
Antes del confinamiento, todo lo que tenía relación con el coronavirus, era causa de cachondeo con mis amigos, (lo sigue siendo por redes al comunicarnos) o un asunto casi sin importancia en mi familia, barajando hipótesis y conspiraciones de ciencia ficción.
Estamos enclaustrados mis padres y yo; único hijo de la unidad familiar, que formamos "un plano con tres puntos" de apoyo mutuo...
Las mates y el dibujo técnico, que me salen por las orejas.
Ana, mi madre; se ha traído el trabajo a casa, por vía telemática y está más relajada, al no tener que andar de arriba a abajo con las movidas del coche. Es cojonuda, relativiza cada situación de la vida de tal manera, que ante un determinado problema, nos lleva a tener una visión reflexiva, relajada, positiva. Y claro, de esta pandemia también tiene un discurso, con el que nos convence, dirigiéndonos hacia la calma necesaria que requiere el confinamiento.
Pedro se llama mi padre, y el encierro le ha pillado de baja por enfermedad. Él ya tiene muchos kilómetros hechos en espacios reducidos y agobiantes, como es la cabecera del tren de metro que conduce, o las salas de espera y consultas médicas, habitaciones de hospital; de tiempo encamado también, por las adversidades que le
han llevado a pasar así, circunstancias de su vida.
Ambos conforman sus caracteres sobre bases que facilitan nuestra convivencia, sobre todo ahora que estamos encerrados.
Mi padre no es muy hablador, pero como suele decir: -"Si debo meter la gamba en las conversaciones, saco el cazo y reparto".
Tiene unas reflexiones curiosas para argumentar hipótesis del futuro mas cercano que nos va a dejar después del virus.
Cree que la pandemia ha sido un movimiento encabezado por un poder en la sombra, ese que maquina y dirige todo lo que se menea en un nivel superior. Y tiene como único fin, la creación de una revolución industrial.
Me lo explicó así, después de comer, tomando un café junto a mi madre:
- El mundo necesita parar Javi. - Dijo tras dar un sorbo de café.
- ¿Para qué? - Le pregunté.
- Hay que reconducir el modelo de producción basado en el petróleo; y también influir sobre el pensamiento del individuo, así como el de la sociedad en su conjunto; e introducir las nuevas tecnologías ecológicas que rompan la tendencia a la que nos lleva el cambio climático. La única manera de involucrar a todos, es metiéndonos en casa por el miedo al virus.
Han creado una alarma social mundial que tiene daños colaterales, pero que el tanto por ciento al que afecta es mínimo y menos dañino socialmente. Ésta gripe hace mella de distinta manera a personas asintomáticas, con leves cuadros médicos, y a mayores, que con patologías previas, por estadística son los que más fallecen.
- Pero papá, ¿cómo va a ser tan retorcida la movida?
- Date cuenta de que nos han encerrado, y han movilizado a todo el planeta sobre un objetivo común; nadie pregunta, todos acatamos silenciosamente y con el temor de vernos infectados, siendo lo más importante y crucial, el que los gobiernos se lo han tragado con más o menos resistencia, pero han pasado por el aro. Y ésto va para largo, si no tiempo al tiempo.
Mi madre, escuchaba como si oyera caer la lluvia, supongo que, porque sería la duodécima vez que oía tal cantinela.
- Pero, si ya está demostrado que el virus no tiene su origen en un laboratorio. - Replicó ella.
- Eso es una bola que forma parte de todo el pastel. - Siguió mi padre, tras morder un trozo de chocolate.
- El petróleo tiene los días contados, y cambiar toda la infraestructura de la sociedad basada en él, con el consiguiente caos que puede provocar, si no aceptamos esa situación, creo que pudiera tener consecuencias nefastas para el planeta. - Dijo entre otras cosas, que intercalaba tras alguna pulla que mi madre o yo mismo le metíamos, para sacarle sentido a sus palabras.
El caso es que no he escuchado ni leído muchas teorías de conspiración, aparte claro, de aquellos que quieren romper el sistema democrático culpando a los gobiernos de los fallecimientos ocasionados por el virus.
La racionalidad de mi madre, me conduce por sus pensamientos críticos, pero, dentro de una lógica normal en concordancia con el sentido común.
Mi edad y formación, no me dan aún para postularme sobre una idea tan elaborada como la de mi padre, menos aún, contando con el asesoramiento de mi madre, que me quita los pájaros de la cabeza solo con un gesto.
Estoy terminando el bachillerato, y aunque mis notas son buenas (diría que excelentes, modestia aparte) no me considero aún con criterio suficiente como para dar por cierto, algo de lo que no tengo ni idea.
Entramos en la cuarta semana de confinamiento con una rutina a la que nos hemos acomodado, resultando fácil de llevar por la sintonía que mostramos en nuestra forma de relacionarnos, salvo los piques clásicos que ocasionan las discrepancias y roces de la convivencia, aumentados por no poder salir. Nada que no se pueda solucionar.
El silencio que inunda la plaza que es aledaña a nuestro piso, solo se rompe cuando el vuelo de los vencejos muestra su presencia con los chillidos breves y agudos que emiten cuando se juntan, formando un numeroso grupo que parecen jugar alegremente unos detrás de otros.
También es característica la ausencia del sonido infantil con la algarabía de sus juegos, las voces gritonas de las correrías persecutorias, la disputa de un balón sin control, de los cánticos saltarines y acompasados de cualquier juego. Ni siquiera es común oír el llanto de algún bebé pidiendo atención, algo que recibo con una sonrisa cuando lo escucho, o la conversación de un niño pequeño con su madre al salir a la terraza a merendar, haciendo normal lo que ahora es excepcional.
Se ha instalado la costumbre de aplaudir en balcones y terrazas de las viviendas a las ocho de la tarde, para reconocer y apoyar el esfuerzo de los sanitarios, así como aquellos que por su actividad, están al frente del operativo ayudando a la ciudadanía. También sirve de ejercicio liberador de sensaciones y tensión a tanto sentimiento, producido por esta situación que se está cobrando un gran número de vidas, principalmente entre los mayores de 60 años.
Aflora una sensación de vulnerabilidad en la sociedad, que nos hace tomar una actitud responsable y solidaria, concienciando a todos de la importancia de aislarnos quedándonos en casa, evitando los contactos personales, junto a medidas higiénicas, de cuya principal medida es el lavado de manos con la asiduidad que la ocasión lo requiera. Las mascarillas de protección de nariz y boca se han convertido en indispensables y necesarias para evitar los contagios, que junto a la distancia de separación entre personas para movernos en la calle, en el transporte público, son medidas eficaces y necesarias.
Hoy es sábado, de no sé, de no sé cuántos. Menudo rollo de fechas. Si no miro el calendario, no llego a saber ni cómo me llamo.
He estado hablando con Isa. La frase de "nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes", me viene a huevo para expresar mi sentimiento hacia ella. Claro que no la he perdido, pero la separación y la falta de contacto personal, nos está cambiando la sintonía de nuestra relación.
La música ha cambiado de compás y vamos de un concierto al principio del confinamiento, a una sesión unplugged en éstos últimos días. Bueno, tal vez me he pasado y quizás, el concierto es una banda tocando en una plaza de un pueblo en fiestas.
Me está dando mal rollo, e incluso me estoy imaginando que por medio de las transmisiones de comunicación, algún listo se puede estar montando alguna película para levantarme de la silla y sacarme del plano que Isabel rueda conmigo.
La verdad es que no tenemos querencias imposibles de romper, porque eso se nota en la barriga y no tengo hormigueos que me hagan pensar que es el amor de mi vida, pero sí me enrolla mucho estar con ella.
Me propuse escribir con más regularidad, sobre todo aquello que nos iba pasando, pero "entre pitos y flautas" (como dice mi padre) ni me acordaba que tenía ésta hoja aquí, abierta entre otras gilipolleces que me ha dado por hacer.
Y parece que fue ayer, o hace un momento; pero no, llevamos enclaustrados ya dos meses. Y sigo escribiendo como si alguien fuera a leer mis "memorias", cuando seguro que ni yo mismo voy a hacerlo, que lo mismo me da un rebote y lo borro. Que puede pasar.
Y parece que todo sigue igual, por el largo tiempo de confinamiento relativizando la espera, del momento que no llega viendo pasar el tiempo.
Y parece que las letras con las que relato esta vivencia, no han derramado ninguna lágrima, y los sentimientos de rabia e impotencia parecen diluidos entre éstas palabras inocuas y vacías.
Y todo parece lo que verdaderamente no es, pues los corazones rotos por el dolor y la desesperación, no lo puedo mostrar aquí por mucho que intente hacerlo.
La cuarentena está siendo muy dura.
Llevamos nueve días siguiendo los protocolos, debido a la infección del virus en mi padre, que mostró los síntomas con fiebre y tos. Le hicieron un seguimiento en casa, pero empeoró su estado y tuvieron que ingresarlo en el hospital.
El tiempo pasa muy lentamente y cada día es una losa que intentamos levantar con más esfuerzo, y no me veo capaz de animar el espíritu de mi madre, que vaga como un fantasma arrastrando unas cadenas difíciles de soltar.
No sé qué hacer. No puedo ayudarla, no tiene consuelo. Mis abrazos no bastan para recoger el sufrimiento que desprende entre sollozos.
Las noticias que nos llegan del hospital, cada vez son mejores.
Crece nuestra esperanza y mi madre...
Vamos a formar otro plano. Hoy viene mi padre a casa.
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