
Erik Johansson. - Fotografía imposible. Pinterest.
El día no había amanecido con claros signos de que fuera a ser una buena jornada, no; un gris plomizo cubría como losa de granito toda la superficie nublosa de las alturas atmosféricas. El viento componía una sinfonía bronca y bravía que esparcía sus notas ferozmente sobre los muros y ventanales acristalados de los edificios; haciendo sobre la arboleda una continua y vibrante danza de la hojarasca, desprendiendo aquellas singulares partes más débiles del follaje que golpeaban con vigor contra cualquier obstáculo que se encontrara con ellas antes de cubrir el asfalto y desplazarse sobre él, cuál reptil huyendo de su depredador.
El personal andaba cubriéndose de tamaña ventisca, y se desplazaba con rapidez y cabizbaja, protegiendo la cabeza entre los hombros arropados por piezas de abrigo.
En lo alto del edificio que más sobresalía de entre los del entorno más cercano, se encontraba el apartamento donde desde la cocina observaba Luis junto a la ventana, el continuo movimiento de todo aquello que hacía entonar la impetuosa melodía de la ventisca, al mostrar el aire su energía, desplazando las nubes con una velocidad cuasi vertiginosa.
Nada más coger la taza de café, ésta se tambaleó entre los dedos de Luis aún con la seguridad que estaba sujeta, el pulso no era el adecuado haciéndole temblar la mano sin explicarse el motivo, dejó rápidamente la taza sobre la encimera de la cocina y con algo de ansiedad alzó los brazos y los colocó paralelamente a la altura de los hombros para comprobar el movimiento que le había ocasionado anteriormente la mano. Vio que no tenia ninguna vibración anormal que le pudiera preocupar, pues mantenía los dos brazos en su posición inicial sin ningún tipo de alteración que le hiciera temblar las manos y brazos. Y se tranquilizó.
Cogió de nuevo la taza y con una rápida alzada de mano se la llevó a los labios, comprobó el estado de la temperatura del negro líquido y lo bebió, saboreando con disciplina y gusto hasta tragarlo.
No demoró más tiempo del normal, para comprobar el estado de cosas que dejaba en casa y los efectos personales que llevaba para uso diario en el trabajo y demás actividades que cumplimentaba con el mismo.
Del ascensor salió directamente al garaje, donde estacionado estaba su coche de alta gama, saludándole al activar el control remoto que accionaba su puesta en funcionamiento, con el parpadeo de las luces amarillentas de los intermitentes.
Durante el trayecto al edificio donde ejercía de asesor en cuestiones financieras para una empresa de primer orden, no pensaba en nada que alterara sus inquietudes, pues su rutina le mantenía dentro de una estabilidad emocional y monetaria muy satisfactoria. No tenía pareja sentimental pero no era motivo que le ocasionara preocupación, pues las relaciones esporádicas que regularmente tenía, colmaban sus deseos.
La banda sonora que escuchaba dentro del coche, hacía tararear las cuerdas vocales de Luis, que tranquilo entraba en el subterráneo que le dirigía a su plaza del garaje en el edificio donde ejercía su trabajo.
Ocupaba un amplio despacho, junto al de un colaborador que se encargaba de llevarle la agenda y demás temas administrativos. Cuando entraba por la puerta que daba acceso a la sala que estaban ubicadas todas las oficinas y puestos donde se asentaban los colaboradores y personal auxiliar de los que dirigían la empresa, era como llegar a su propio paraíso, pues allí su influencia adquiría notoriedad y protagonismo.
Tras los correspondientes saludos a conocidos y empleados subalternos, entró en su habitáculo de trabajo, sin mobiliario estridente ni pomposo, sencillo y más bien austero, pues al contrario de lo que pudiera dar a entender, al llevar una vestimenta de calidad superior y elegante, por su coche o vivienda; que sí dejaban ver un alto nivel de vida, en el trabajo ofrecía una imagen humilde y servicial, a la vez de la empatía que sentía por aquellos que trabajaban en su entorno, ya fueran empleados, iguales en rango o superiores; su carácter le hacía sacar la simpatía intrínseca que portaba con facilidad, por lo que también estaba bien estimado entre los demás.
Llevaba unos días donde sus inversores no le facilitaban la tarea, al verse descontentos con el rumbo que habían tomado sus intereses, que junto a la baja fluctuación del movimiento de capitales, le hacía tomar difíciles decisiones para mantener la cartera de clientes a flote.
Aquella mañana, nada más abrir la bolsa, ésta lo hizo con unas pérdidas muy altas, debido al resultado que ocasionó la opa de una multinacional por la adquisición de una empresa de gran valor en el mercado . Nada previsible en los entornos financieros daba a entender que sucedería de tal manera, de ahí que nadie estuviera preocupado. Hasta ese momento.
El desmoronamiento de los valores hacían peligrar grandes cantidades de dinero de sus clientes y sumado a las pérdidas que venía arrastrando, se le presentaba un handicap difícil de superar.
La característica principal de su carácter era la tranquilidad con la que se enfrentaba a las adversidades, y con aquella siguió; dispuso varias ordenes respecto a las inversiones que requerían una atención primaria sometiendo a estudio otras, e intentando que nada quedara al albedrío de la incertidumbre, tomando decisiones que cubriera tanto los intereses clientelares, como los suyos propios.
Al cabo de la mañana se fueron colocando los valores afectados de su cartera en el lado positivo de la balanza, haciendo que dejara el lugar de trabajo con una comedida satisfacción, dadas las condiciones en las que había comenzado la jornada.
Después del sobresalto producido en su normal desarrollo diario, aun cuando siempre estaba sometido a la presión que ejercían los resultados de valores de su cuenta, marchó a tomar una copa al lugar que normalmente frecuentaba y donde la concurrencia era conocida y amigable, por la clase de personas que por allí solían ir. Ejecutivos, brokers, y distintas personas relacionadas con las empresas que estaban situadas en el mismo entorno.
Pero al igual que a él ese día le afectó de manera anímica alterándole el ritmo vital, a otros lo hizo también pero de distinta manera, y en algunos muy negativamente hasta el punto que ya llevaban allí mas tiempo del empleado para saborear una copa y mantener una charla afable y buenas maneras con los conocidos.
Luis se incorporó a un grupo entre los que se encontraba Diana, una ejecutiva de una empresa dedicada a la hostelería, y con la que mantenía una muy buena relación, más que eso; en ocasiones pasaban de las palabras a los hechos.
La conversión giraba en torno al suceso primordial de la mañana que tanto afectó en la actividad de la mayoría de los que allí se encontraban.
El tiempo pasaba plácidamente en los grupos donde las risas y el buen humor eran signos que desarrollaban el buen ambiente y hacían la estancia agradable; incendiando quizá esa actitud el malestar de aquél que no compartía el mismo estado anímico ni lucidez, ocasionado por la gran ingesta de alcohol consumida por los malos resultados obtenidos en su gestión esa mañana. Y como posibilidad ocasional de explosionar tanta decepción, frustración y amargura, salió a relucir como arma de ataque al grupo que por proximidad, fue objeto de la discrepancia del borracho acusándoles de todos los males que le ocasionó su fracaso.
Trataron de calmar sus ánimos con palabras y estímulos que le hicieran sentir bien, pero a cada paso de buenas intenciones para tranquilizar los sentimientos de éste exaltado bebedor, el efecto era el contrario; irritando más sus pensamientos hasta llegar a golpear con el vaso que llevaba en la mano en el rostro del primero que encontró, siendo precisamente Luis, que empezó a sangrarle en gran cantidad la mejilla debido al corte que le ocasionó el vaso al romperse en su cara.
Luis y sus amigos acabaron la noche en el hospital, y el viento seguía soplando con virulencia sobre los cristales de la puerta de urgencias del centro hospitalario.
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