
Cierro la puerta. Pulso el interruptor de la luz.
Y aparece mi más cruda realidad. Atrás, queda una de tantas fantasías por las que transcurren los pasos dubitativos que doy a lo largo del día.
Solo recuerdo el último momento que fue testigo de otra pérdida de la dignidad, que se me supone tengo.
No sé si el alcohol ha conseguido distorsionar mis percepciones de tal manera, que me hace dudar de lo que creo ha sucedido, lo cuál, me hunde cada vez más en la podredumbre intelectual por las que han pasado mis actuaciones sociales al cabo del tiempo.
Voy por el pasillo dando bandazos y golpeándome con ambas paredes que delimitan el distribuidor de las distintas habitaciones que conforman la vivienda. Retrocedo, aturdido y averiguando con dificultad la puerta que me conduce hasta la cocina. La luz blanca se expande atacando los ojos e incrustándose como cuchillos en el interior de mis pupilas, haciendo que los cierre con rapidez y con un movimiento rápido los cubro con una mano.
Seguro que es la espesa sensación empalagosa y pegajosa de la boca, la que hace de la lengua una tira de tasajo, y busco agua en la boca del grifo del fregadero. Meto la cabeza en su oquedad, saciando mi sed y empapándome la cabeza, levanto ésta resbalándome el agua por el cuello, mojándome el pecho y la espalda.
Siento alivio al comprobar que aún puedo mantener el equilibrio y no caigo como un trapo sucio sobre el suelo, empapado por el agua que desborda mi pelo. Apoyo una mano en la mesa, que alimenta el impulso que tomo para salir de aquél habitáculo semejante a una inhóspita sala quirúrgica con las herramientas de corte preparadas para actuar en materia específica para ellas, amparadas bajo la blanca luz celestial camino del matadero.
No tengo decidido si apalancarme en el sofá del salón televisivo, o tirarme en la cama mientras expando el aliento allí por donde paso. Tropiezo torpemente y caigo por tiempos, intentando evitar un mayor trompazo, apoyo las rodillas de milagro, sobre la gastada moqueta que cubre el suelo, evitando milagrosamente darme con la puerta del dormitorio al estar ésta entreabierta y desplazarla ligeramente por la inercia de la caída.
Me daño la muñeca de la mano izquierda, no por evitar golpearme la cabeza, como así ha sucedido; sino por la mala postura que adquiere el brazo debajo del cuerpo que aplasta con su peso junto al costado. Estoy tendido un leve espacio de tiempo y recupero la posición de la mano hasta posicionarla a la altura de la cabeza y compruebo su movimiento normal, aunque con un pequeño dolor emito un soplido de alivio al no habérmela roto.
Con gran dificultad consigo levantarme. Miro la oscuridad del fondo del dormitorio, con la cama en penumbra por la escasa luz que le llega del punto de luz del pasillo, y decido dar la vuelta hacia el salón, sin ganas de acabar la velada tumbado como un guiñapo babeando en la cama.
Enciendo la luz. Recojo el mando de la televisión y le doy vida a la pantalla que refleja los colores en el fondo del espejo colgado de la pared opuesta. Voy hacia el mueble donde guardo las botellas de bebidas alcohólicas junto a algunos vasos. Me sirvo una copa.
La deposito en la mesa tras beber un trago estimulante del expectante gaznate ávido de sabores apreciados. El sofá me acoge con un impacto brusco al tirarme sin cuidado sobre él. Miro hacia la televisión sin interés alguno sobre lo que emite y seguidamente pasan por mi mente escenas inconexas e incompletas de algunos hechos sucedidos durante las horas anteriores.
Constato sin dudas ni lamentos, la mierda de vida que llevo.
Cambio sin reparo ni orden los canales de programación hasta dar con uno deportivo. Lo dejo y continúo bebiendo enumerando algunas de las películas tan raras que tengo que montarme para poder subsistir.
Empieza a atormentarme la idea de que todo lo ocurrido hace unos instantes sea cierto. Aunque insisto en convencerme para conservar la esperanza de que mi imaginación esté jugándome una mala pasada.
Pero en realidad, me estoy intentando engañar sin conseguirlo, a pesar de que mi lucidez esté trastocada por los efluvios alcohólicos.
Sé que esta noche marcará mi futuro y debo recordar qué y cómo pasó, para saber a qué atenerme.
Llego pensando y tras muchas vueltas hasta el momento en el que coincidimos. Dentro del mismo edificio en el que ambos vivimos. Ella estaba esperando el ascensor; guapísima, sensual y atractiva. Cerrábamos las fiestas de la que cada uno habíamos disfrutado.
La habitual conversación auspiciada por la desinhibición del vacile y descaro que a esas horas propician la excitación y alegría de una noche de desparrame, alientan el roce, los tocamientos, y de una manera natural y deseada, la pasión.
Lo uno lleva a lo otro y entre pitos y flautas, ya en su piso, no sé si antes o después de una penetración, ni en qué cuerpo se produjo, me ví entre las manos un rabo como la manga de un abrigo.
Por las sensaciones que siento donde termina la espalda, me temo lo peor. O quizá no fue tan malo.
No recuerdo mas detalles. O no los quiero rememorar.
¿Ahora, soy homosexual o bisexual?
Joder, no tengo remedio. Me meto, o me meten, en todos los berenjenales.
Visto desde la perspectiva del consuelo, otra puerta se abre. Vamos; que ya se ha abierto.
No tengo decidido si apalancarme en el sofá del salón televisivo, o tirarme en la cama mientras expando el aliento allí por donde paso. Tropiezo torpemente y caigo por tiempos, intentando evitar un mayor trompazo, apoyo las rodillas de milagro, sobre la gastada moqueta que cubre el suelo, evitando milagrosamente darme con la puerta del dormitorio al estar ésta entreabierta y desplazarla ligeramente por la inercia de la caída.
Me daño la muñeca de la mano izquierda, no por evitar golpearme la cabeza, como así ha sucedido; sino por la mala postura que adquiere el brazo debajo del cuerpo que aplasta con su peso junto al costado. Estoy tendido un leve espacio de tiempo y recupero la posición de la mano hasta posicionarla a la altura de la cabeza y compruebo su movimiento normal, aunque con un pequeño dolor emito un soplido de alivio al no habérmela roto.
Con gran dificultad consigo levantarme. Miro la oscuridad del fondo del dormitorio, con la cama en penumbra por la escasa luz que le llega del punto de luz del pasillo, y decido dar la vuelta hacia el salón, sin ganas de acabar la velada tumbado como un guiñapo babeando en la cama.
Enciendo la luz. Recojo el mando de la televisión y le doy vida a la pantalla que refleja los colores en el fondo del espejo colgado de la pared opuesta. Voy hacia el mueble donde guardo las botellas de bebidas alcohólicas junto a algunos vasos. Me sirvo una copa.
La deposito en la mesa tras beber un trago estimulante del expectante gaznate ávido de sabores apreciados. El sofá me acoge con un impacto brusco al tirarme sin cuidado sobre él. Miro hacia la televisión sin interés alguno sobre lo que emite y seguidamente pasan por mi mente escenas inconexas e incompletas de algunos hechos sucedidos durante las horas anteriores.
Constato sin dudas ni lamentos, la mierda de vida que llevo.
Cambio sin reparo ni orden los canales de programación hasta dar con uno deportivo. Lo dejo y continúo bebiendo enumerando algunas de las películas tan raras que tengo que montarme para poder subsistir.
Empieza a atormentarme la idea de que todo lo ocurrido hace unos instantes sea cierto. Aunque insisto en convencerme para conservar la esperanza de que mi imaginación esté jugándome una mala pasada.
Pero en realidad, me estoy intentando engañar sin conseguirlo, a pesar de que mi lucidez esté trastocada por los efluvios alcohólicos.
Sé que esta noche marcará mi futuro y debo recordar qué y cómo pasó, para saber a qué atenerme.
Llego pensando y tras muchas vueltas hasta el momento en el que coincidimos. Dentro del mismo edificio en el que ambos vivimos. Ella estaba esperando el ascensor; guapísima, sensual y atractiva. Cerrábamos las fiestas de la que cada uno habíamos disfrutado.
La habitual conversación auspiciada por la desinhibición del vacile y descaro que a esas horas propician la excitación y alegría de una noche de desparrame, alientan el roce, los tocamientos, y de una manera natural y deseada, la pasión.
Lo uno lleva a lo otro y entre pitos y flautas, ya en su piso, no sé si antes o después de una penetración, ni en qué cuerpo se produjo, me ví entre las manos un rabo como la manga de un abrigo.
Por las sensaciones que siento donde termina la espalda, me temo lo peor. O quizá no fue tan malo.
No recuerdo mas detalles. O no los quiero rememorar.
¿Ahora, soy homosexual o bisexual?
Joder, no tengo remedio. Me meto, o me meten, en todos los berenjenales.
Visto desde la perspectiva del consuelo, otra puerta se abre. Vamos; que ya se ha abierto.
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