Sueño, aunque no existo. Existo y aun así, no sueño.
No sé a qué se debe. Será la edad que me trastorna la función cerebral encargada de asumir dicha actividad. No suelo recordar los sueños que por la noche alimentan mi inconsciencia.
Alguna que otra vez muy de tarde en tarde, me sorprendo con la alucinación ocasionada durante el estado REM relamiendome y regocijandome de haber sido partícipe, o sin serlo; de observar una historia surrealista producida en mi neuronal conjunto eléctrico, donde cada chispa que se produce puede ser la que me haga ser consciente de alguna historia para contar.
A causa de mi falta psíquica debo imaginar sin una base, que seguro cualquier sueño ya sea del tipo que sea (dulce, amargo, simpático, terrible o cualquier pesadilla), haga despertar entre sudores al durmiente, y pueda servir de plataforma para iniciar un relato guionizado, o una fábula desarrollada para conveniencia del escriturador.
Al no ser posible tales suposiciones, debo buscarme la vida para encontrar algunas palabras escondidas o perdidas sin rumbo que cazo dramáticamente, jugándome a la vez la posibilidad del nacimiento de cualquier marrón escrituril o una buena, o regular narración. De ahí que salga por peteneras cada ocasión que mis dátiles pulsan las letras sobre el teclado. Debo dar ocasión a la psique, que no se entera de las múltiples variables desarrolladas en el interior de la penumbra, con un toque de atención y una vez puesto al tanto, aumento el estado fantasioso con los ojos abiertos y despierto, supliendo dicha falta receptora del estado levitativo cerebral, y haciendo de los sueños nocturnos que existen, aún sin recordarlos; un incentivo. Y que no supongan un quebranto de mi inventiva, por supuesto.
Puede que sea una gilipollez lo que he plasmao, si es así, ya lo revisaré cuando vea el todo contextual en el que trato de meterme. (Lo es, pero se queda. Me da pereza cambiar y meter otra trola).
Me resulta chungo y cansino cada vez que tecleo el móvil, pues no soy una lumbrera cuando de pulsar el abecedario y signos se trata. Más bien, se podría decir que soy un discapacitado teclear, al no utilizar como mínimo el 50% de los dedos que observo en personas aptas, con un teléfono móvil en las manos. Respecto a la velocidad de crucero empleada en el desarrollo de éste que les estoy contando, sumado a la inutilidad proclamada anteriormente; creo que me sitúa en el grupo de la especie que no va a evolucionar con los parámetros dignos para ser un elemento con capacidad de bajar del árbol.
Soy consciente de que camino erguido y mi uso de razón, aún cuando entre lagunas de la memoria me baño; todavía no he perdido el bañador, lo que no es óbice para ser consciente que las nuevas tecnologías y avances me van a mantener entre las ramas, al no incorporarme con el debido entusiasmo como para tirarme de cabeza al agua.
Cierto es, que en la pista tecleadora del computador me desenvuelvo relativamente regular, con un grado de discapacidad más común entre los seres que si seguimos en la selva, estamos adaptados al medio con una normalidad generalizada, merecedora si cabe de los desplazamientos entre árboles, sin importar el medio utilizado para ello.
Ahora, que no me da por escriturar con la asiduidad con la que lo venía haciendo (¿por qué será?, me pregunto sin responderme; ahí calladito y cobarde) sigo sin dar pie con bola. Apartado de la nube, mis inquietudes y desarrollo escrituril se han parado y vaciado como recipiente boca abajo, sin una lógica explicación que aún en el mejor de los casos pueda comprender.
Tampoco es tan grave, pues cosas peores se han visto, y si fuera alguien que ostentara la palabra suprema pues me daría qué pensar, pero al no serlo puedo escabullirme sin remordimientos ni responsabilidad.
Tú la llevas.
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