viernes, 27 de mayo de 2016

UN DÍA CUALQUIERA

 Fot. Pelicula "Another brick in the wall"yo. Pink Floyd. Columbia. 




Otro día más que se cargó el macuto sobre el hombro, en bandolera. Antes de abandonar la habitación, echó una ojeada por la ventana para ver cómo se presentaba el día. Salió con media sonrisa, pues vio que estaba soleado y limpio de nubes el cielo; aun así, escondía dentro de sí la certidumbre de tener el corazón desolado, y sus pasos, no eran todo lo enérgicos que pudieran llevarle con un estado de ánimo alegre. Abrazó con un beso a su madre y salió de casa.
Bajó las escaleras al trote, sin formar la escandalera que otras veces ocasionaba, cuando iba deprisa y saltaba sobre los escalones como si el diablo le persiguiera, retumbando cada pisada, en el pequeño espacio que cobijaba las escaleras del edificio de cuatro plantas donde vivía.
Una vez en la calle, observó el continuo trasiego de compañeros, amigos y otros chavales; acompañados de algún que otro adulto o hermano mayor; tambien los que iban solos, en grupo charlando, corriendo otros; se desplazaban todos hacia la puerta del colegio, que se encontraba en el inicio de la calle.
Poco a poco, se iban aglomerando alrededor de la puerta de entrada los familiares. Juntos, agrupados melancólicamente por la separación, veían entrar a sus niños, al centro del patio de recreo, limitado por dos edificios que albergaba cada uno las aulas de chicos y chicas respectivamente.
Según se dirigía Alberto hacia la escuela, se juntó con José Luis, que ya se estaba acercando a la entrada, y se paró para esperarlo. Éste, hacía cada día un gran desplazamiento desde el barrio donde vivía, pues a pesar de habitar junto a otro centro escolar, no encontró plaza allí, donde por proximidad le pertenecía. Era el chico más simpático, cercano y bromista de todos; a la par que imaginativo y fantasioso. Siempre conseguía una sonrisa de cualquiera que estuviera en su radio de acción, por una u otra causa.
Ambos se alinearon junto a sus compañeros, en la fila de séptimo curso.
Los profesores esperaban la llegada de sus alumnos, bajo el soportal del edificio donde se ubicaban la sala de profesores y la de dirección. Allí, los chavales daban forma a las filas, que por cursos se ordenaban antes de la entrada a las aulas. En el frente, se colocaba el profesor que tutelaba el curso, a lo que después de situar al guía, recorría la cola e iba corrigiendo la actitud del alumnado, con capones y algún que otro tortazo.
Y comenzaba la liturgia patriótica. Al cerrarse la cancela principal, se procedía al cántico generalizado del "cara al sol", que con tanto fervor entonaba el director, mandando la formación. Una vez entonado el himno, se procedía a entrar por orden de clases y filas corriendo a las aulas, entre golpes de algún profesor pidiendo celeridad.
El orden que se requería en la formación, se diluía a la vez que los pasos ligeros resonaban entre las paredes y sobre los escalones de las escaleras, hasta llegar a las aulas.    
Se entraba en clase y cerraban las puertas.
Alberto ya estaba sentado frente a su pupitre. Esperaban la inminente llegada de don Jesús, que todas las mañanas daba la asignatura de lengua y literatura a primera hora.
Mientras tanto, se gastaban pequeñas bromas, se reunían grupos para ver alguna novedad o cuchicheaban sobre hechos pasados. Otros, se preparaban para afrontar lo que pudiera venirsele encima, al no haber hecho deberes ni preparado la lección que tocaba.
El bullicio se hizo estanco, al ser sustituido por el corrimiento de sillas y la toma de posición del alumnado, de pie; al ver entrar al profesor.
Don Jesús era un hombre venido de Valladolid, de cuarenta y tantos años, culto, trajeado, y un estilo con porte de caballero del régimen, del que siempre adoctrinaba con gestas franquistas de las que hacía similitudes de obras literarias. Vivía cerca del colegio, en una de las calles del barrio donde una parte de alumnos residían, por lo que era mas conocido y respetado que otros, por su habitual roce casi diario en la calle. En clase era muy autoritario y si tenía que dar algun que otro bofetón, lo daba sin reparo, o un tirón del pelo de la patilla, con cierto cachondeo para hacerlo mas enternecedor o cercano.
Esa mañana, Alberto pasó contando cada minuto plomizo como una losa cargada a la espalda, sin nada que le hiciera atender con interés a las clases que se dieron hasta llegar a la hora del recreo.
Como siempre, se rompió la calma con el murmullo que hizo acto de presencia tras el sonido de la campanilla que daba por terminada la clase, alertando a todos del inicio del recreo.
En el patio, se formaron los equipos para golpear y disputar balones, en sus diferentes modalidades de juego. Aquellos que se emplearon en otros divertimentos, corrían unos tras otros, charlaban gesticulando alegremente, saltaban cuerdas al aire, y otros, que teatralizaban apasionadamente alguna situación vivida o digna de contar.
Alberto buscaba sigilosamente y con timidez a Isabel. Quizás no deseaba encontrarla, pues creía saber de antemano, la situación que se iba a producir y, nada había que le infundiera esperanzas para sentirse feliz.
Unos días antes del fin de semana, el grupo donde se juntaban fuera del colegio se había disuelto. Malas interpretaciones de gestos y peores palabras dichas por algunos de ellos, salpicó la relación grupal de todos, rompiendo la relación que en distinto modo creció en los más románticos.
Las bonitas palabras, los gestos amables, los besos robados, los sueños inacabados; se fueron con las ilusiones perdidas, las esperanzas rotas y la alegría frustrada.
Sabía el lugar por donde generalmente jugaba ella con sus amigas y fue hacia allí, dubitativo. Nada más verla, se le pobló el estómago de hormigas, no sabiendo qué hacer. Intentó dar la vuelta, pero cerrando los ojos pudo sobreponerse y se acercó a Isabel.
- Hola Isa. - Le dijo esperando una respuesta amable, simpática o cuanto menos una sonrisa.
- Hola. - Se limitó a decir ella, sin nada más que incitara a seguir una conversación.
Se quedó apoyado en la valla que cercaba el patio, al lado de donde el grupo de chicas se encontraba, mirando simplemente la actividad de las niñas y otras que por allí pasaban; pues también el recreo se dividía por sexos, y era muy raro ver juntos a niños y niñas jugando, dado el poco tiempo que hacía desde que compartían el mismo espacio, ya que hasta ese año, lo hacían en distinta hora.
Los pensamientos, deseaban configurar una manera de responder a una situación, que para ambos era dificil de encauzar y se decidieron por la espera. Como si el tiempo arreglara los deseos sin formar, aquellos que se imaginan sin actuar para desarrollarlos.
Y esperaba sobre la verja.
Solo la cercanía de Isabel ya le colmaba, y se encontraba a gusto allí, mirándola como corría, como sonreía o cualquier gesto que expresaba al jugar.
Alberto, sintió un gran vacío cuando comprendió que su valor, acobardado, había desaparecido. Isabel casi ignorándolo, no le concedió ni una sola muestra de empatía.
Se vio sorprendido por la gran rapidez con la que se extendieron los acontecimientos, los cuales dieron lugar a la ruptura del grupo, como una gran bola de fuego, que arrasaba cualquier brote de algún pasto que asomara sobre el horizonte;  una pandilla formada por sus amigos del barrio y aquellas chicas con las que se juntaron, por medio de amigos comunes.
No llevaban más de tres semanas yendo a jugar, y saliendo los domingos al cine o a pasear por la plaza, entre risas y comadreo.
La timidez había impedido en ese espacio de tiempo, que fluyeran y exteriorizara sus sentimientos hacia aquella chiquilla. Se mostraba abatido por la realidad que se había producido por tan lamentables sucesos, en los que no tuvo participación e influyeron tan negativamente para sus intereses. Al ser un hecho consumado, todos entendieron que no debían seguir viéndose.
Pero Alberto ya percibió que esa chica le estaba trastocando el pensamiento; que su dulce sonrisa, se reflejaba en cada rostro de cualquier niña que mirase; que su voz, resonaba en cada entonación que susurraba cerca de su oído; que su mirada, le inquietaba cada vez que soñaba con ella.
Mas ella, se mostraba lejana, impasible ante su cercanía e indiferente cuando al cruzar las miradas, su rostro denotaba frialdad y dejadez.
No le faltó mucho tiempo para comprender, que aquella chavala, no iba a ser la luz de su recuerdo, la niña que le hiciera fantasear con el futuro, a la vera de su deseo.
Abatido y sin más opciones de respuesta que la resignación, Alberto intentó integrarse en el grupo que jugaba al futbol, pero no pudo ser posible por la negativa de los jugadores. Sin ganas ni motivos por los que seguir en el patio, subió al edificio donde se encontraba su clase y tras mirar por la ventana un momento, se dirigió a su mesa, desplazó la silla y sentándose en ella, reflexionó con una aceptable conformidad de la situación, valorando positivamente la experiencia que aunque le había sumido en la tristeza y el desconsuelo, tambien concluyó con un sentimiento que le hizo aflorar sensaciones que el espíritu tenía escondidas y le fue agradable saber de su existencia. 
Aún faltaban unos minutos para el comienzo de la próxima clase de francés, que impartía don Vicente, un espigado profesor venido desde Canarias, ya con el curso iniciado, para sustituir a otro que abandonó el colegio; y el chico decidió entretenerse con las pinturas que sacó de la mochila, y allí estuvo dibujando con los colores entre los dedos.
Cuando ya estaban todos dispuestos en sus asientos, una vez terminado el recreo, la apatía hizo acto de presencia dado el poco entusiasmo que dedicaba el profesor en el desarrollo de los temas a tratar, entonando un suave y meloso acento, que Alberto captaba con una somnolencia cabezona y nulo interés, algo que a la mayoría de compañeros no les ocurría, pues su propósito era percibir la gestualidad y actitud tendente al general cachondeo de los chavales entre reprimidas risas y cuchicheos, sin que pudieran involucrarse en la dinámica del aprendizaje de la lengua de Rousseau.
Mientras tanto, la clase ya daba sus últimos coletazos entre frases y giros con entonaciones afrancesadas, y Alberto se movía en sus pensamientos por canales llenos de duda e inseguridad, con el sentimiento mostrado hacia Isabel, cuando se escuchó en una pausa en la disertación del profesor, el mugido alto y claro de una vaca.  
El sonido animal, salió procedente de un pequeño bote que se vendía como artículo de bromas, que tras voltearlo de su posición vertical, éste emitía un bramido como si una vaca, avisara de su presencia.
La sorpresa resultó impactante, descomunal y hasta paralizante. El silencio implantó su más severa huella, aumentada con el estado cataléptico que cubrió los rostros y gestos de todos.
El rostro del profesor se tornó de un rojo intenso, cual tomate en plena madurez, quizá causado por la ira y cabreo que sintió, al sentirse como el objetivo de tan tamaña barbaridad realizada en su clase.
- ¿Quién ha hecho la vaca? preguntó enérgicamente indignado y con una rabia supina el profesor.
A la vez que intentaba descubrir al ejecutor de tal afrenta, se desplazaba rápidamente de un sitio a otro entre pupitres, esquivando mesas y sillas como si persiguiera a la vaca para trocearla.
Cuando parecía que recorrería toda la clase entre obstáculos, se puso en pie un alumno.
Ignacio respondió en consecuencia a su acto y responsabilidad, contestando a la pregunta generalizada del profesor, con su confesión. 
Don Vicente se fue directo hacia el chico, superando la distancia que los separaba con una velocidad, que solo podía augurar la paliza que denotaba la intención de hundirlo a golpes en el momento que lo pillara. Acción que comenzó con un hostión en la colleja al llegar a su altura y aventurando los demás leñazos, Ignacio se protegió con ambos brazos, viendo soltar la mano y prever una ensalada de guantazos; sonó escandalosamente la agitada carcajada de José Luis, que no pudo contener la risa ante la expresión burlesca y caricaturesca del profesor y la situación creada. 
El maestro se giró hacia el lugar de donde procedía la risotada y presto, dejó a Ignacio con los brazos protegiéndose la cabeza, y dirigiéndose hasta el pupitre en el que estaba José Luis, que cesó su alborotada risa cuando vio venir el larguirucho cuerpo del profesor, con las venas del cuello hinchadas y las manos dispuestas a hostiarle; y como erizo en peligro, enrolló la cabeza entre sus brazos, suponiendo que hacia ella dirigiría los golpes, agachado sobre el pupitre dispuesto a recibir la zurra que después recibió.
 - No, no, no me pegue por favor, auxilio, socorro, don Blas, don Blas. - Repetía una y otra vez José Luis, llamando al tutor para que detuviera la solfa de tortazos que le estaban cayendo encima, sin que por ello, acudiera el mencionado profesor en su ayuda.
Una vez terminado de golpear a José Luis, entre gritos y lágrimas de la gran excitación a la que estuvo sometido, el profesor le quitó el bote sonoro a Ignacio, dando por terminada la clase con un gran portazo al abandonar el aula.
Ante el espectáculo representado y sin la autoridad del profesor que menoscabara cualquier reacción a lo sucedido, todos los alumnos explosionaron y liberaron la tensión con risas, gestos alegóricos de la función y grandes carcajadas, después de comprobar el buen estado físico de Ignacio, así cómo de José Luis, y comentando con alborozo la jugada, e imitando jocosamente la gran actuación de los actores implicados en la escena.
Aquella situación fue la distracción perfecta para que Alberto, orientara el pensamiento hacia el pitorreo y jolgorio en el que participó con sus amigos, olvidando la tristeza e inseguridad que le ocasionó aquella decepción sentimental.
Aunque no lo sabía, aquella experiencia detalló y enseñó las sensaciones que su corazón sentiría en posteriores situaciones que la vida le ofreciera, cuando sus sueños rondaran los amores de una mujer.
Al llegar a casa, después de toda la emotiva mañana que le nubló el pensamiento, se fue a su habitación a por la fotografía que tenía de Isabel guardada en un cajón. Al cogerla, la miró y sin pensarlo la rompió. Creyendo que con aquél acto, se evaporaría de su mente como si nunca más volviera a existir.
Acto seguido, se dio cuenta del error, pues ya no tendría su imagen para recordar su bonita sonrisa.



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