miércoles, 24 de febrero de 2016

LUCIÉRNAGAS SIN LUZ

 Fot. Qarsis, cerca de Jimena, Jaén. "Mar de olivos". Panoramio                          

  
                                        

Como todas las tardes, una vez pasada la calima, y tras asomar una pequeña brisa haciendo desplazarse a tan agobiante sensación e incómoda calentura ambiental, Cándida aparecía abriendo la puerta de su casa y miraba el viejo nogal como muestra de que nada había cambiado; el árbol mas próximo de entre todos aquellos que formaban el pequeño parque de la plazoleta, donde solía pasear y reunirse con su pequeño grupo de supervivientes de tantos años de penurias y distintas etapas de la vida que con mayor o menor fortuna habían ido surcando cada arruga y diferentes tonalidades pictóricas que dibujaban la piel de cada una de aquellas ancianas, signos externos en rostro y manos, que eran las únicas partes del cuerpo descubiertas a la luz para regocijo del tiempo, al verse representado tan esplendorosamente. Tras comprobar que el peligro de una exposición ambiental superior a la permitida y acostumbrada por el conjunto de toda aquella integrante del grupo, había ido alejándose; lentamente cerró la puerta y encaminó sus pasos hacia el interior de la casa para recoger los utensilios que sacaria para hacer mas cómoda y entretenida la velada que por rutinaria nada dejaba a la improvisación.
Manolo esperaba con impaciencia en el bar que junto a viviendas y otros locales, parapetaba la calle que lindaba al jardin circular que envolvia la plaza, coqueta con sus cuatro bancos en piedra y alargados para mayor ocupación, dispuestos en distintos arcos equidistantes del circulo que tenia como centro un pequeño surtidor de agua. Abrian la plaza cuatro ramales que permitian cruzarla en las direcciones del sentido geografico en el que estaban orientados.
- Pon otro cubata Pepillo, que como tarde en llegar el Joaquín, me la voy a cojer de campeonato. Dijo Manolo arrastando su vaso vacio aún con el hielo redondeando sus aristas, por la barra. Varias mesas ocupadas por jugadores de dominó y cartas, hacían los vítores correspondientes de alegría o decepción, según la jugada; dándole al local el vocerio y soniquete característico de aquél donde la reunión es amena y agradable para tomar algo y charlar. Se tornaba apacible la conversación que en la única mesa ocupada de la terraza del bar, mantenían Manolita y su marido Alfonso consumiendo ambos unas cervezas. 
Amália, cerraba la puerta de casa y despacio dirigía sus pasos hacia el banco de la plaza donde se debatía y conmemoraban fechas ya lejanas que las componentes del grupo hacían querer ver como si del día anterior hubiesen sucedido. Alfonso se levantó para besar a su anciana madre, cuando llegó a donde estaba, y  dirigiéndose a Manoli, su suegra le preguntó por la madre de aquella, pues hacía unos días que no la veía, siendo la respuesta tranquilizadora al decirle que estaba pasando unos días con su hermana, en otro barrio del pueblo. Siguieron diciéndose cuestiones mantenidas normalmente cuando se veían, hasta que Amália se despidió al ver aparecer a Cándida caminando hacia la plaza.
Mientras tanto, Joaquín aparcaba su moto de baja cilindrada no sin antes haber anunciado su llegada con la escandalera del motor que producía la expulsión de los gases al salir por el tubo de escape de la motocicleta.
La niñería tomaba posiciones en la amplitud del parque y plaza, una vez levantado el toque de queda en todas las casas, que permitía la salida a todo aquél que tenía el derecho restringido por la temperatura solar.
Manolo recibió a su amigo con alegría y alguna que otra broma en relacion a su tardanza con su llegada, y tras pedir Joaquín un cubata, empezaron a tratar el asunto que les había reunido allí.
El grupo de ancianas formado además de las mencionadas más Dolores, que era la más joven de ellas, pudiendo ser por edad hija de cualquiera de las otras, ya se habían reunido iniciando la tertulia. Cerraba el cuarteto Felisa, que de las tres mayores era la única que aún convivía con su marido, el mas fastidiado por la vejez que casi no le permitía el movimiento de la cama al sillón, y unido a la botella de oxigeno por medio de la mascarilla que le hacía aliviar la respiración de sus dañados pulmones.
El tiempo corría lentamente, sin prisa; cualquiera podría decir que no corría, sino que andaba cojeando; causando en el personal una placidez agradable al hacerles la conversación amena y alegre por permitrles estar juntos con la sensación de quietud agradandoles la estancia en los distintos sitios donde cada uno se encontraban, ayudando también la climatología que suavizaba y templaba el aura ambiental que sobre la tarde se cernía.
A la vez que el sol prolongaba las sombras, la plaza y calles aledañas se llenaban de sonidos con el griterio de los crios jugando, de algún que otro susurro que con discrección se comentaban las ancianas, como si el miedo a ser escuchadas revelara el secreto mejor guardado, de coversaciones amenas y hasta de otras malsonantes que empezaban a formarse en el bar. Aumentó el paso de vehículos, en su mayoría ciclomotores estridentes, algunos trucados en su potencia y haciendo insoportable el seguimiento de las charlas iniciadas, alterando el carácter e icendiando las críticas hacia la mencionada circulación de las motos.
Los clientes del bar iban en aumento según coincidia el horario con la salida de los empleados de sus respectivos trabajos mas cercanos al local y eran habituales de su entrada en él. Quizá la cantidad de clientes y mayor bullicio, hacía aumentar el tono de las conversaciones; y el que empleaban Manolo y Joaquín estaba tomando unos tintes agresivos, tal vez ocasionado por la cantidad de bebida ingerida y del tema que trataban, que al ser relacionado con una deuda monetaria; hacía temer en los más cercanos a ellos que aquello no pudiera terminar bien.
Los gritos y las correrías se centraron en el bar al darse la alarma por la situación de Joaquín que yacía junto a todos los desechos de las tapas en el suelo ensangrentado por las puñaladas que Manolo le había dado, antes de salir como un loco descolocado, intentando correr sin conseguirlo al cogerlo entre algunos hombres que al darse cuenta del suceso salieron tras él, tirandole al suelo y sujetándolo mientras otros llamaban a urgencias sanitarias y policia.
La plaza cubierta por la sombra de los altos edificios que tapaban los rayos solares, también encubría el asombro, los sollozos y las lamentaciones de las mujeres al enterarse del asesinato cometido.


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