martes, 20 de enero de 2015

UNA BUENA TARDE

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La tarde de domingo llegó, arrastrando a la mañana; tirando lentamente del sol hacia abajo, que sin resistencia alguna, se dejaba llevar. Las sombras empezaban a alargarse con displicencia, mientras una incipiente somnolencia aletargaba las ideas, echándolas sobre la duda; y como tantas otras veces anteriormente, ocasionando el desconcierto.
Sin motivación, apáticos  y con cierta dejadez a la hora de resolver cualquier disyuntiva, se encontraban dos chavales en el parque.
- Bueno, ¿qué hacemos? -Le dijo Carlos a su amigo, incitando; o acaso, intentando estimular el ánimo; el cuál, los tenía a ambos un poco alicaídos.
- No sé, nos damos una vuelta por el foro a ver si suena la flauta. -Contestó Juan, sugiriendo una alternativa, a la vez que se incorporaba desde el banco donde estaban sentados.
Aunque la idea no tenía nada de novedosa, era mas alentadora que las aburridas expectativas que se intuían en esa soleada y agradable hora primaveral.
De forma instintiva y a la par, se pusieron en camino sin ni siquiera reparar en el motivo o el lugar al que les encaminarían sus pasos.
Se percataron rápidamente de la excitación y entusiasmo, que rondaban alegremente en la ciudad cuando llegaron a las inmediaciones de entrada al metropolitano del barrio madrileño de Carabanchel.
Por los alrededores de aquél punto neurálgico, se distinguían entre el personal viandante, los atuendos clásicos de los aficionados de un equipo de futbol; estandartes, bufandas al aire en movimiento rítmico de cánticos, banderas ondeantes en armoniosa conjunción con los sonidos estridentes de bombos y carracas.
-Claro tio, hoy se juega la final de copa. -Le indicó Juan a su amigo, dándole a entender que cabía la posibilidad de que aquella tarde, se pudiera convertir en una de aquellas en las que sin comerlo ni beberlo, fuese inolvidable; si las circunstancias, así lo disponían.
 -Pues vámonos para "el Calderón", que era el campo de futbol donde se jugaba el partido. -Sentenció Carlos, con el beneplácito del colega.
Las caras de ilusión y alegría de los hinchas, se veían reflejadas en las de los dos amigos, que ya tenían un plan y una determinación para esa tarde.
Aunque eran aficionados a cada uno de los máximos rivales de la capital, y el partido lo disputaba uno de ellos, contra otro de una región cercana; se integraron con los seguidores madrileños, que cantaban mostrando su alegría y convencimiento en ganar el juego en disputa.
En el interior del suburbano, y en cada parada que efectuaba el tren, aumentaba el bullicio, los cánticos alegóricos de victoria tronaban en todos los andenes por donde pasaban, desbordándose la satisfacción que expresaban, en la ilusión con la que se preparaba el enfrentamiento.
Riadas de personas ocupaban las calles adyacentes al estadio, el colorido del gentío simulaba la fiesta, y las voces entronaban el campeón.
Una vez llegados a las inmediaciones del campo de futbol, se propusieron únicamente disfrutar del gran ambiente que se estaba formando, esperando una situación propicia que les hiciera ser partícipes del espectáculo.
Entre risas y comentarios que favorecieron varios acercamientos con grupos de aficionados, casualmente llegaron a un lugar donde se estaba fraguando una confabulación para eludir el pago de la entrada al recinto deportivo. Ante semejante ocasión y disponibilidad de los sujetos en cuestión, los amigos se introdujeron en el grupo que estaba junto a la pared, esperando la oportunidad para ser escogido por los chavales que se encargaban de auparlos hasta el poyete, desde el cuál se podía escalar hasta la cima del anfiteatro por el que se colaba el personal con un último esfuerzo.
Tras una breve e impaciente espera, con una gran expectación y la consiguiente incertidumbre de la elección personal hacia el camino glorioso de la escalada; el momento deseado llegó incluso con sobresalto, por lo imprevisto del suceso. Ambos fueron cogidos sin previo aviso, ni indicación alguna, simplemente por estar allí. La sensación que transmitían aquellos chavales que ejercían la acción de levantar  al grupo que allí se encontraba, era de que cuantos más subieran por la pared, mayor sería su gloria.
 La subida del primer escalón, por las numerosas manos que aupaban al elegido, fue fácil y vertiginosa. Luego, debía continuar la ascensión con un sobre esfuerzo a pulso, que tras un intento rabioso, Carlos logró superar encaramándose en la valla, saltando dentro del recinto. Con gran satisfacción se asomó para alentar el empuje que su amigo intentaba dar a sus brazos para superar la disputa que mantenía con sus fuerzas. Los tensos músculos que se aferraban al saliente de la pared, se distendieron soltando el cuerpo de Juan sobre los serviciales jóvenes que lo recogieron entre gritos de ánimo, y sin darle un respiro de recuperación, éste se vió de nuevo encaramado en el mismo punto donde tuvo que dejar de insistir en el empeño de escalar la cúspide de la ilusión. Baldío intento, pues después de apretar los dientes y conjurarse mentalmente para subir, bajó a plomo; siendo recogido de nuevo por unos fuertes brazos que ésos sí auguraban una feliz resolución del esfuerzo que allí se pretendía.
No hubo intento por tercera vez, al verse desplazado según ponía los pies en el suelo, por otro aspirante que ya se disponía a subir entre vítores de aliento del grupo.
Arriba, asomado en la valla del estadio se encontraba Carlos, que bromeaba con su amigo para hacerle más llevadera la decepción que se instaló en Juan una vez que se dió cuenta de la situación en la que se encontraba, y éste se llenó de rabia. Estuvo tan cerca, que pudo haber sido un sueño maravilloso.
El partido que se jugaba, por los síntomas que expresaba el coliseo deportivo, había comenzado; quedando ya poca gente por los alrededores, salvo los últimos corredores en posesión de una plaza dentro que llegaban tarde y los personajes habituales de toda concentración deportiva, vendedores y como Juan; aquellos que siempre esperan la última llamada del destino.
Sin nada que perder, se acercó a una puerta de entrada al estadio, colocándose junto al portero que atendía el paso del personal que accedía al recinto. No albergaba ninguna posibilidad de ver el partido y transcurridos unos pocos minutos después de estar allí, seguían entrando los rezagados entregando su ticket al portero y enfilaban deprisa las escaleras desapareciendo tan velozmente como habían llegado.
Se vio cogido del brazo, a la vez que empujado hacia dentro del edificio, escuchándole decir al portero que corriera. Tal vez el hombre tuvo un momento de debilidad o la propia bonanza le hizo actuar así. No importó, ni pensó lo más mínimo en las causas por lo que sucedió. No se lo podía creer. Después de lo pasado, estaba entrando como presa que huye de su captor, hacia el vomitorio que daba a la grada, cerca del córner. Viendo la final de copa.
Con una sonrisa de oreja a oreja, miro para arriba, detrás de él hasta el anfiteatro superior, por si acaso veía a Carlos. 
Pero no le vio.





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