Había llovido con gran afluencia durante el invierno anterior y en la primavera de aquél año, también lo hizo. Se rompieron los monótonos y repetitivos episodios cíclicos de una sequía que había influido negativamente en el ánimo popular, pues afectó a todos los sectores económicos, desvirtuando la convivencia y debilitando la resistencia emocional ante tales circunstancias. Aunque era un deseo común la llegada de tan abundante agua, llenando cauces fluviales, pantanos y obsequiando a la tierra con tan apreciado maná; pesaba ya en el ánimo una gran desazón por la tardanza de la calidez solar. La estación estival llegó dando tumbos esquivos, enseñando tímidos rayos cargados de calor, y sin dar tiempo a asimilar el cambio estacional, las temperaturas alzaron la voz imponiendo su austeridad sobre las sombras. En el pequeño patio de la casa, bajo el limonero, Juan había extendido la pequeña piscina hinchable, donde Laura ya andaba chapoteando y hundiendo los muñecos, que saltaban impulsados por la presión del agua cuando dejaba uno para ocuparse de otro. Esa tarde el sol incidía sobre la atmósfera de una forma más pesada y cansina que los días anteriores, hincando sus brazos como cuchillos, desparramando el caluroso ambiente a raudales, y alcanzando cualquier resquicio escondido en el terreno, posibilitando la serenidad del baño, siendo el cobijo bajo la sombra una obligación más que una elección. Hacía pocas semanas que habían encontrado un hogar para vivir dignamente. Les fue cedida la casa por el ayuntamiento como vivienda social, por las condiciones tan desfavorables por las que pasaba la familia. Junto a Juan, convivían Teresa, su joven esposa, que por edad quizá, le correspondiera más ser hija que madre de dos chiquillas, Laura de tres años y Verónica de dieciséis meses. El patio recogía la luz sin esfuerzo alguno, dejando pasar incluso una leve brisa, que aliviaba la aplastante garbana ocasionada por la digestión de la comida, tendida al sol. Las sonrisas y chillidos de alegría que los juegos en el agua, hacían resaltar sobre el silencio plácido de la tarde, y otorgaban a los padres, comodidad, serenidad y sosiego de tantos problemas comunes al devenir cotidiano que los acechaba a cada momento. Sentados alrededor de la pequeña piscina de plástico hinchable, atendían y participaban de la diversión de las chiquillas. Transcurrió cada momento a lo largo de la tarde, como si la dicha se hubiese instalado, junto a la sombra del limonero, entre caricias, miradas de complicidad y sonrisas enternecedoras. Teresa se fue encaminando hacia el interior de la cocina, mientras advertía a las niñas que el baño tocaba a su fin. En el mismo instante, Juan se ausentó para adentrarse en el salón. . Al regreso de ambos, que fue casi simultáneamente, Verónica yacía inmóvil dentro de la piscina, boca abajo y Laura, fuera de ella, enredando con los juguetes.
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