viernes, 6 de marzo de 2015

TRAZOS RUGOSOS

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Cuando día tras día los escritos recorren nuestro cuerpo, lo hacen cargando cuentos e historias, rociando de innumerables y distintas vivencias nuestras entrañas, llenando nuestra mente de ideas, conceptos, ilusiones y pájaros voladores.
Adheridas como tatuajes, las circunstancias nos curten la piel y preparan para futuras experiencias, que el libre albedrío se encargará de administrar según la situación, ánimo e intuición; propiciando una coyuntura que las palabras reflejadas en nuestro rostro se adecuen a nuestro verdadero ser.
El trazo es inequívoco y dibuja los signos sin errores, que una vez coloreados podrán aparentar distintas percepciones que de alguna manera inducirán a equívoco al suponer como verdadero el color adoptado para cubrir el retrato que pretendamos enseñar.
Mas la línea no engaña por mucho que encubrirla queramos y ya sea antes o después, encauzará los márgenes que desperdigados intentarán escapar por derroteros artificiales, vacíos e inventados.
Escribimos cada día lo que somos en una hoja edulcorada con miel, tostada por el paso del tiempo y cubierta por las tapas que mantienen en pie los recuerdos. Paseamos de una hoja escrita a otra por escribir y soñamos con rellenarla de acontecimientos sublimes, dignos de la admiración y asombro del que nos exigiríamos a nosotros mismos por tan elevados signos de orgullo personal, pues nuestras metas están llenas de esperanzas valerosas.
Todas nuestras proposiciones giran en torno a la grandeza, a la superioridad individual sobre el prójimo, al que intentamos empequeñecer al escalar más alto, e ignorando su valía por la inferior demostración de capacidad ya sea física o mental, llegando a otorgarle una mediocridad peyorativa innata en su desarrollo como persona.
Los surcos que diseñan nuestras heridas, las arrugas que moldean cansinas los envites de la escritura amontonada entre mentiras, rencores y envidias, que escondidas en un rostro lleno de dudas; aparecen al final de las páginas desprendiéndose de todo lo superfluo y vano, intentando que el libro sea por lo menos sincero.
Y al final, cuando se acerca el gran desenlace y resolución de la novela, nos damos cuenta que sólo somos unos seres tan pequeños por creernos tan grandes, que solo podemos morir.

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