
Leganés años 70. www.abuelohara.com
Una alborada rara, nada usual, extrema y extraña para acomodarla a la visión normal coloreada de unos tonos claros, limpios de elementos ajenos al descubrimiento de la luz, acostumbrada al verde ajardinado y a la esmeralda arbórea, los añejos tejados cerámicos y al ocre deslumbrante del cereal, la nula presencia de la polución criminal. Despuntando el dia irrumpía la luz natural, entre luciérnagas de faros en movimiento y gases tenebrosos, encubridores de la claridad que pretendía asomar.
Acaparaban la ciudad todos los brillos escondidos entre bloques de hormigón, que dejaban atisbar una velada confluencia de lineas cromáticas difusas salidas de una densa amalgama vaporosa que difuminando la llegada estrepitosa, entremezclada por las multitudinaria actividad que a tan pronto instante, recibía al transporte, en el barrio de ese arrabal. Plantándose frente al portal donde la vivienda estática, esperando ser habitada, cumplía la incógnita del destino.
El ruido era seña de actividad, voces tempranas pidiendo material, encarrilando paneles, vigas y ladrillos a desempaquetar. Maquinaria transportando, bajando, subiendo todo lo necesario para trabajar.
Cubriendo y cerrando los bloques encofrados, plantados entre forja y cemento, representando el auge de la urbanización, destinados a cambiar el panorama del paisaje que entre cereales y verduras daban a los colores matices que el ladrillo iba a borrar.
Resolviendo planos dibujados para ordenar la estructura principal; abriendo calles, desplazando la huerta convertida en escombrera, cuadrando parcelas para ajardinar y esbozando los sueños de quien iba a habitar tan creciente expansión de la ciudad, de las variadas construcciones que en ese momento se elevaban por los cuatro costados de la población y de ellos, habían ido a parar a esa barriada, tan común y significativa como el entorno que las circundaba.
Ocupadas algunas viviendas ya, asomaban unos propietarios las cabezas para ver, a quien acababa de llegar; las primeras salidas para cumplir las tareas encomendadas, las correrías para llegar a los lejanos colegios que algunos debían asistir, aún teniendo en la misma calle el que cobijará al recién llegado con plaza concertada con anterioridad, el movimiento del personal despierta la barriada, sonando las puertas de comercios, transportes de reparto y las voces anunciadoras del normal tránsito que determina el despertar de la ciudad.
Dispuestos los enseres para desembalar las ilusiones, los recelos y las inquietudes; para poner en funcionamiento todo el entramado y ocupar donde se iban a alojar, la curiosidad morbosa campando por el ensanche de aquella ciudad, abría camino a todo tipo de cuchicheos, comentarios y sonrisas acogedoras, tan necesitadas de compañía. El pueblo queda atrás, solo el recuerdo lo hace vibrar y la nostalgia comienza su caminar, añorando nada mas llegar, la dulce salida del alborear.
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