viernes, 12 de junio de 2015

COLORES TIZNADOS

                                                                                                 
          Claude Monet. Est. de S. Lázaro. www.trenvista.net             
                                 
Perdida la mirada, volando los sueños, inquietos los sentidos y el corazón brincando entre emociones; una tras otra.
A través del cristal de la ventana, se percibía el dibujo en una imagen, de lo que con el tiempo dejaría de ser una rutina para sus ojos.
Y pensaba que algo de ella, se acurrucaba abrazando a todo lo que se iba a quedar sin su presencia.
Hacía recuento mental de las prendas y enseres que llevaría en su partida, hasta el nuevo rumbo al que dirigía las secuencias mundanas relacionadas con el domicilio, las costumbres y experiencias que la trasladaban con el viaje a la capital.
Numeraba mentalmente la ropa interior, la de abrigo también, algunos complementos y vestuario imprescindible para no tener que volver la vista atrás, lamentando su olvido y transportando la melancolía por el camino de las añoranzas.
Útiles de aseo. calzado, correaje y objetos que por su valor, tanto para uso como sentimental, nunca se desprendería de ellos. Tarjetas de crédito, documentación y libros; de éstos dos o tres para el comienzo de llenado en los tiempos muertos, duermevelas y momentos en los que por sus características, se encargaran de estimular las neuronas emplazandolas a un envite con la reflexión.
Creía que lo indispensable quedaba amarrado en el interior de la maleta, el bolso y neceser; utensilios éstos que no deberían aumentar en cantidad, mas bien por la incomodidad que suponía el desplazamiento con un número elevado de objetos; pero nunca era suficiente lo que se deseaba llevar, y siempre quedaba olvidado, aunque únicamente fuese la evocación de un suspiro.
Rondaba el pensamiento por vertientes de la memoria, que a través del recuerdo intentaba clasificar, y por orden de prioridades, destacaba los más importantes. llevando tras ellos a juicios e intenciones secundarios o nimios. Mil vueltas redundaron una tras otra, todas las ocurrencias que afloraban sin dar tregua, repasando todo lo hecho hasta ese instante.
La intranquilidad se hacía más patente, según avanzaba la caída del tiempo ; rígido e impasible, demostrando la regia potestad del que nunca pierde, del que pasen los sucesos que acontezcan, sean cuales fueren; siempre acaba ganando; transcurriendo por las percepciones sin importarle lo más mínimo , qué sentimientos se transmiten en su camino.
En apenas unos momentos, encaminaria su vida hacia otra ruleta, diferente mesa de juego con nuevas cartas. Distinto salón con jugadores extraños; en donde quizás le tocara una apuesta con clase, de categoría profesional; o tal vez entraría en una timba con las cartas marcadas y los dados trucados.
De cualquier manera, el envite era fuerte. Aún no tanto el riesgo, pues nada llevaba que la hiciese temer algo para empezar de nuevo.
Recorría su estómago una excitación agradable por la aventura emprendida, que lentamente hacía aflorar en el rostro, signos de euforia que contrastaban con un pequeño desánimo ante lo desconocido. Probablemente, no tenía todo controlado, y sin embargo, la preocupación ante los prolegómenos de la salida del viaje, era escasa. Los planes trazados, aunque tal vez un poco precipitados, estaban afianzados a una determinación inequívoca y casi irrenunciable.
Con el camino iniciado ya, iban quedando atrás, como plasmados con óleo sobre tela, la gran avenida y el bulevar central, donde paseara tantas veces arriba y abajo, la cómplice sonrisa de las miradas esquivas, el inocente vuelo de los ademanes tímidos y asustadizos, ante la perspectiva de una leve insinuación, correspondida con el frágil deseo de la ensoñación, amedrentada por la duda; o la alocada carrera de una ilusión, empujada por el perfume encubridor de la adolescencia incipiente, de los jóvenes corazones, refugiados en la ingenuidad de los sentimientos.
Cada lugar por donde transitaba, la golpearon los recuerdos que tan escondidos estaban, alborotándolos de tal manera, que la excitación se hacía presa de los sentidos, confundiéndolos.
Varios giros entre el laberíntico callejero, la apercibieron de su paso por el parque, donde el inconfundible olor de las flores y la vegetación, la retrotraernos a los juegos de la infancia; bellos, pulcros y cándidos; como el primer acercamiento sugerente de la fantasía, como la mano que ofrecía una caricia de terciopelo y revolvía el cabello bajo el aliento del cariño.
Las persecuciones interminables detrás de la fábula del cuento, donde la princesa era agasajada y envuelta en la quimera de la imaginación.
Al vuelo recogio, para llevarlo consigo, la aproximación de su niño, que sigilosamente aparecio en las imágenes retrospectivas del momento más dulce de la inocencia, aquél donde la sublimación de los afectos, se veían involucrados con la pureza de los gestos, dando como resultado, una imparable catarata de emociones, entusiastas alegorías del futuro y de un inquebrantable poder sobre todo proposito, favorecido por la maravillosa conjetura de la invención y la ternura arrolladora que iluminó el cándido beso robado, dado entre simbólicos y entrañables halagos, recogidos en una expresión insólita y desconcertante, dentro del caudal de percepciones inéditas que fueron apreciadas en aquél momento.
Todo quedaba muy lejos, como si no hubiese pasado. Allí se quedaban la alegría, la tristeza, la amistad y todas las huellas de su vida, agazapadas tras las nubes de golosinas, engullidas por el olvido y acorraladas por el desaliento que las impidió progresar por el cauce de la evocación.
De ese modo QQel tiempo volvía a vencer.
Demostraba la inconsistencia etérea de las sensaciones emotivas que soportaba el espíritu, la frágil estabilidad donde se balanceaban las voluntades, la debilidad manifiesta de la pasión, que no podía resistir el entusiasmo de los sentidos, aturdidos ante tantos indicios turbadores de la conciencia.
Así se manifestaba el señor del tiempo, apartando de un plumazo la visión de un pasado no tan lejano, destruido por el abandono.
Los sonidos, el olor característico de la estación de trenes, y los colores adyacentes del entorno, la situaban en otra magnitud de la reflexión, abstrayendola en diferentes consideraciones ante la inminencia de la marcha y que la introducían en cuestiones relacionadas con el viaje.
El espesor de la tiniebla se mezclaba con la atmósfera especial y protectora que cubría a María en su entrada al vestíbulo. Caminaba con seguridad en el porte, con la cabeza alta, la vista observaba y controlaba, considerando en cada persona un mundo, adjudicando las particularidades innatas en cada una de las más próximas que abstraídas con los quehaceres personales, inventaban otro universo donde sólo tenían cabida los intérpretes de su creación, aun afectando a las distintas trayectorias que se entrecruzaban, mezclándose e influyendo en la propia corriente que nada o poco podían hacer por impedirlo.
Luego, la contemplación estaba inmersa en los sujetos que se movían en el escenario de partida, que sin quererlo ni desearlo, encauzaban la expansión de vibraciones, distribuyéndolas en esa atmósfera que todos respiraban y de la que nadie podía prescindir, pues era la que orientaba todas las actuaciones del procedimiento aleatorio y caprichoso, dando lugar a acontecimientos insospechados, mas no por ello, queridos por el raciocinio.
Intentaba ponerse en el lugar y las circunstancias de los individuos a quienes mira, preguntandose y respondiendo a la vez de una forma automática, demostrándose que en la realidad, no difería á en mucho unas vidas de otras; la suya en particular, pudiera ser la de cualquier viajero que allí se encontraba.
Imaginando, interpretaba los pensamientos, desarrollando varias posturas que la situarían en el inicio de la argumentación, ya que el postulado se basaba en el comportamiento de la condición humana, y siendo genérico para todos, podría estar en la piel de cualquiera.
Tal vez la incomodó el cambio de asiento que efectuó con otra pasajera que solícitamente se lo había pedido, pero no en grado sumo como para que ese gesto, lo contemplara como una interferencia en sus cavilaciones.
El viaje estaba iniciado y la atención requería otras consideraciones en las que poder descargar toda la tensión que el cerebro irradiaba, en menor o mayor medida, según los pormenores a los que se había visto sometida hasta dar con el cuerpo en aquél sitio del vagón. Sentía como una liberación al descansar el cuerpo, se acomodó junto a la ventana comprobando la ganancia con el cambio.
Pretendía distraerse con algún artículo de ocio de los que disponía. Se colocó unos auriculares para escuchar el transistor, y fue ojeando unas revistas de distinta temática, que había adquirido en el puesto de prensa de la estación. No consiguió centrar la atención en la lectura, ni en sus imágenes; alcanzando su interés, las páginas del periódico que la informaban de la crisis internacional ocasionado por el desarme iraquí, así como las noticias relacionadas con los accidentes de circulación ocasionados a raíz de la vuelta de las vacaciones navideñas. Lectura ésta, que la causó un desaliento emotivo que la hizo cerrar las páginas del periódico y reflexionar sobre la fugaz estancia de la vida.  Procuró seguir las imágenes del televisor oyendo su radio, sin conseguirlo al tratarse de una película y ver ésta sin sonido no la atrajo. Desistió  de la ocurrencia por inviable y optó por ir a la cafetería para descargarse del aburrimiento que la ocasionaba la monótona singladura que el tren desplegaba entre los  anónimos ocupantes.
Mientras consumía el refresco de cola que había pedido, buscó acomodo en un taburete, contemplando el paisaje por el amplio ventanal que invitaba a la reflexión, ausentandose momentáneamente del escenario donde actuaba y protagonizaba una escena que hasta ese instante se desarrollaba según el guión establecido.
El campo llano y fértil de la huerta, le iluminaba los ojos de colores, difuminados por la fría tarde de un cielo grisáceo, que ya aventuraba su retorno a la oscuridad empujando lentamente  a la luz.
Mientras que ya se veía inmersa en la ruta hacia lo desconocido, afrontaba de una manera más acentuada, el vacío que iba dejando el primer indicio de la soledad.
Una separación consciente y sensata del entorno, que llevaba como premisa la aflicción de los sentimientos, la incipiente nostalgia del pasado y la evocación inequívoca de los seres queridos, de la tierra; que se iban quedando rezagados en la carrera progresiva de las ambiciones. Entendia la marcha como algo natural en el devenir de las circunstancias, queriendo comprender la duda ocasionada en el círculo familiar y de amistad, que no veían motivos suficientemente claros para ésta despedida. Tras de sí, dejaba un mundo de cariño y buenas intenciones, que laboriosamente podría sustituir por otras más enriquecedoras; pero el alma inquieta exigía descubrir nuevas distancias, luchas ajenas, también derrotas, nuevos encuentros de valor, de osadía, un nuevo estímulo que la hiciera levantarse de los templos ya construidos. Necesitaba darle impulso al corazón anquilosado por la costumbre de una situación cómoda, redundante en la satisfacción anodina, sin atractivo.
Con el imparable avance del gran gusano metálico por las sólidas guías de acero, progresaba el objetivo deseado, al alcance de la convicción mostrada en el empeño del cambio. Se trasladaba hasta su asiento en el vagón asignado y percibía, cómo perezosamente se alejaban los últimos destellos de la luz tras las nubes, robando la claridad del día.
Pisaba la oscuridad a la cola del tren, aunque no intervenía en el estado anímico de la concurrencia, por la iluminación de la luz artificial que les hacía falta para sentirse confiados y entregados en sus actividades. La televisión seguía mostrando imágenes sin voz, que algunos pasajeros observaban con atención enganchados a los auriculares. Dos aparentes ejecutivos manejaban datos y pulsaban constantemente un ordenador portátil, como si estuvieran todavía en la oficina; un niño pequeño enredaba con su madre para intentar suprimir el cansancio que al menor le ocasionaba el viaje, con palmadas, le mostraba juguetes y distraía su atención con algún objeto llamativo, sacando de la imaginación cualquier ocurrencia para que no alborotara y molestase. Se escuchaba la conversación de dos señoras hablando sobre los motivos de su viaje, una de ellas era la mujer que anteriormente permutó su asiento con María.
Apareció el interventor de improviso y mecánicamente fue objeto de la atención mayoritaria de los presentes, forzando en éstos, la búsqueda del resguardo que les situaban allí donde estaban. Rápidamente se dejaban ver las carteras de documentación, tarjetas de identidad, monetarias. Las cremalleras corrían velozmente; la actividad que antes dormía plácida, despertó a los viajeros, que verificaban el lugar escondido o próximo donde había guardado tan preciado boleto que otorgaba un número y un servicio.
El agraciado uniforme del operario ferroviario causó en la chica una muestra de simpatía, proporcionando una moderada templanza   al flujo de designios que alborotaban las ideas.
Aceptadas las características del empleo donde iba a ejercer sus aptitudes, y considerando que la vivienda se la ofrecía su hermano, precisamente cercana al lugar de trabajo donde iba a iniciar el recorrido de todo lo nuevo que acontecería. Esencialmente, eso es lo que ella quería. Otras historias en distinto lugar. No veía el por qué le iba a ir mal. Confirmando la experiencia adquirida en la profesión que desempeñaría, y la aceptable responsabilidad que otorgaba a cada caso en que la había tenido que aplicar, se veía ejerciendo satisfactoriamente.
Joven, bien parecida, empleando un término modesto para no alterar el ego; que ante nuevas situaciones precisaba tranquilidad y reposo, por lo que pudiera pasar. Y simpática. Eso no se lo negaba. A fin de cuentas, no debía faltar ni sobrar para que el resultado fuera justo, porque si no; la operación traería como consecuencia un error y el remordimiento aparecería, recriminando los hechos, regañando el intelecto por tan poca consideración con una misma, causando malformaciones ilusorias que darían al traste con la proyección de los deseos que se intentaban conseguir. 
Aunque la verdad mostraba que la realidad era eso, una malformación de todas sus ilusiones.
Llevaba una esperanza prendida del corazón. La seducía sobremanera, la emancipación física de las personas, y del entorno urbano; que la retenían instintivamente a una vida regalada, pero en absoluto querida; y estableciendo una paridad, no estaba dispuesta a verse enquistada en un mundo donde todo aquello en lo que ella soñaba, lo iban alcanzando otras personas, limitándose sencillamente a observar cómo lo hacían.
Eran claras las intenciones y disponía una predisposición favorable que reunía las circunstancias que facilitaban y alentaban a su vez la marcha de casa, pues la realidad no daba más de sí.
No importaba que fuese cautelar la autonomía a la que iba a acceder. Necesitaba el apoyo de Juan y en él se recostaría, junto a la mano tendida de una sonrisa.
Acercándose estaba el revisor, comprobando el billetaje de las dos señoras, que seguían sin pausa el relato iniciado al emprender el viaje.
-Buen viaje. – Dijo el hombre uniformado.
Estrepitosamente, un ruido ensordecedor precedió al desorden que ocasionaron los saltos y golpes involuntarios que los ocupantes sufrieron por la fuerza con la que se expresaron la gravidez junto a la velocidad.
Nada se pensaba. No había lugar para el entendimiento. El sentido abandonó la conciencia y donde antes campaba la armoniosa sintonía de la quietud, ahora ocupaba su lugar el grito desgarrador, el quejido aullado, el dolor que emergió de cuerpos quebrados, violentados por la atronadora convergencia de factores dañinos causantes del accidente.
Apareció  la incredulidad brincando de rostro en rostro, todos desencajados, ensangrentados la mayoría, rotos, semblantes anonadados, estupefactos e inconscientes; caras desposeídas de la alegría, fatalmente desamparadas por el gozo, desgraciadamente conducidas hacia el dominio del infortunio, donde suele habitar el desastre, jactándose de su enorme poder.
El caos tejió  una gran tela de araña, recogiendo la disposición de personas, objetos y maquinaria; lanzados cual símil del juego con cubilote y dados, proporcionando una trágica visión a quien pudiera alzar la vista.
Las nefastas  consecuencias eran reales, aunque la imaginación trataba de engañar a la conciencia, mostrando alucinaciones y delirios inconexos, rocambolescos e inconcebibles.
María  no se ubicaba con respecto al lugar donde antes se encontraba. La sangre manaba de la cabeza pintándole con lágrimas rojas una parte de la cara. Un brazo magullado y más dolorido estaba con los huesos rotos, bailándole la mano incongruentemente. El terrible impacto dejó en su cuerpo fuertes e inaguantables dolores, con gran dificultad intentaba sentarse en el suelo, apoyándose en un objeto que no reconocía, a su lado vio una tarjeta de identidad con la foto de la mujer con la que había cambiado el asiento; la cuál, yacía junto a su amiga, las dos fallecidas, entre el amasijo de  metales causado por  la catástrofe.
Ignorando tal hecho, se congratuló de seguir con vida, alentando en su corazón el deseo de que el suceso hubiese sido lo menos pernicioso posible para el resto de viajeros. Observó y contempló, cómo a su alrededor danzaba con total desparpajo la desolación, esparciendo sobre todas  y cada una de las personas allí presentes, la inquina de la calamidad.
Pobres rostros, desdichados cuerpos, infelices miradas; que no lograron acertar la pregunta ante la visión de esos ojos obnubilados que ofrecían tan devastadora contingencia.
Pobres lágrimas, desdichadas heridas, infelices anhelos; destrozados por el inoportuno cruce de voluntades nefastas y desgarradoras, que aparecieron sin aviso de llegada y una presentación aunque conocida por su brusquedad y efectos, nada deseable.
Pobres sonrisas, desdichados lamentos, infelices venturas; ahogadas por la sinrazón de lo previsible.
Cubriéndose el rostro, lloraba desconsoladamente, intentando comprender la jugada del destino que sin explicación alguna y por sorpresa, pretendió terminar la partida en su primer movimiento, dando jaque mate.


 

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