J. M. Beá. Dibujo de Rampla Rambla
En el común acontecer del día, ocupando el espacio entre las horas, la tiniebla disimula las distintas percepciones que nos otorgan los sentidos; y en algún lugar, sobrevolando los apacibles sentidos que traspasan el tiempo; en un determinado momento, cuando el espacio se distribuye repartiendo las circunstancias sin aviso, desaparece el sonido peculiar que deja el remanso de la conciencia, confundida y expectante ante el abandono de tan singular acontecer.
Sin apenas desplazarse el aire, susurra al oído una brisa portadora de la inquietud, todos aquellos indicios que alertan de la ausencia sinuosa de criterio y el vacío intelectual que arrastra el desamparo; escondido entre la incertidumbre, que deja la imaginación atormentada por aquellos deseos imposibles de alcanzar.
Extensas nubes negras dibujan la desolada razón de la existencia, aturdida por la avalancha incongruente de sinsabores, desprecios y ataques al orgullo herido, que nada puede hacer por el abandono de los sentidos.
Se acomoda despacio una sensación que vaga por la senda de la preocupación, sin ocupar asiento va insinuando pautas desconcertantes que agitan las olas de la incongruencia, abarcando los numerosos ramales de la percepción, engañando y obstaculizando la apariencia de la ambición, que camina errante y desorientada entre pensamientos llenos de dudas.
Con impetuosos vientos consigue el control de los sentimientos y predispone las emociones al antojo propio, volteando y dispersando el entendimiento, logrando ser la única protagonista que actúa sobre la razón, y siendo la soledad tu singular compañera.
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