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El agua borbotea sin ninguna acritud, quizá algo menos alegre que en la mañana, pero con la misma ambición de poder llegar a todos y cada uno de los súbditos, que esperan con impaciencia, la llegada de tan preciado maná. Se mezcla su sonido al chocar contra el suelo desde el caño, con la sinfonía melódica de los cantos, graznidos, gorgojos y demás estímulos sonoros que los habitantes de tan precioso lugar ocasionan al hacer entrar el aire en los pulmones.
También surgen quejas de los menos afortunados, pues aunque tienen su ración asegurada, querrían no someterse al poder que la sombra ejerce sobre ellos.
No cesa la caída en picado del agua, cada gota empujando a la siguiente, haciéndose un espacio, deseando salir de la formación, y poder vagar libremente, pasando por las fases de su inmortal vida hasta adquirir de nuevo la condición de líquido en otro lugar, en otro tiempo. Pero todavía quiere disfrutar con el salto al vacío, con la fragmentación de sus moléculas al chocar contra la tierra, que sin dudar absorberá toda la necesaria, destinándola por medio de sus cauces subterráneos del cuerpo que los ramifica, hasta saciar la sed de los que esperan inmóviles para poder desarrollar sus cualidades.
Quizá la caída de una hoja, arrojada sin escrúpulos por el brazo déspota que la sujetaba al tronco, no sea suficiente motivo para alterar la candorosa armonía, que entre susurros y arrumacos cobija bajo sus grandes alas a la placidez del movimiento que se ejecuta, mientras la hoja va a reposar danzando el baile de los desterrados.
Calma completa, donde la ingravidez sumerge a los estados preceptores en reliquias de la animación, entes incapaces de representación expresiva con el ojeador, que sin duda contempla la absoluta desidia en que se halla postrado el entorno. Más aún, la estancia en dicho paraje, adormece el ánimo y embota el discernimiento, colocando al raciocinio en un rincón, sin ningún motivo por el que deba salir de su escondite.
De pronto, sin previo aviso, explosiona el silencio.
La detonación acapara los sentidos. Sin haber renunciado al tenue brillo de la tarde, la alegría de los árboles, junto al encantamiento de las flores, excitan las voluntades de los allí congregados y despiertan del letargo en que estaban sumidos, poniéndolos sobre aviso y tratando de encontrar el origen de dicha conmoción en el statu quo establecido jerárquicamente.
En una gran exaltación de sensaciones, el clamor de repulsa contra la alteración, rápidamente se propaga desde la hierba más pequeña hasta las ramas de la floresta, donde, entre los contrastes centelleantes de la luz, vigilan alerta de cualquier intromisión las protectoras de la paz y el sosiego.
Con el mutismo roto, la tranquilidad hecha añicos, y ante la entonación provocada por el allanamiento de la intimidad de un sujeto del clan, sólo cabe esperar la excelente respuesta dada para garantizar el orden y hacer frente a la amenaza de disturbio.
También se modifica el aspecto pictórico, los verdes con los amarillos, junto a los ocres y todas las demás tonalidades de la amplia gama lumínica intercambian posiciones y preparan el lienzo donde tendrá lugar el nuevo estado de excepción.
Dentro del monótono desorden, configurado por la expectativa de la contemplación, alternando cada peón en el lugar preferido por cada uno, en aquél en el que el escándalo dio comienzo, unos en su puesto de vigilantes, otros simplemente dejando pasar el tiempo, aprovechándose de él.
Un chillido potente y a la vez eficaz por la respuesta dada, de gran impacto entre los receptores, que sorprendidos, observan como se quiebra el momento de máxima relajación y quietud dentro del vergel.
Impulsado por el grito de rechazo, el agresor, o causante de tan inadecuada actitud, para en sus solicitudes y ante el despliegue que está iniciándose, opta por ir a retaguardia.
Dispuestas las huestes, van tomando posiciones de control, despejando la zona del conflicto e intimidando con su presencia, aletean rápidamente y en número establecido de antemano, se disponen en disposición preventiva, camina avanzando la guardia de seguridad, que persuade a cualquier elemento que intente atentar contra la máxima autoridad, que con aire arrogante y porte magnánimo inicia la escenificación de la obra que se ha organizado.
Enjundioso se muestra en su plumaje, la muestra de superioridad recalca aún más su pavoneo. La cabeza alta, la cola desplegada exhibiendo las pinturas de guerra, el paso firme pero pausado hace que el grupo esté atento a su reacción. Toda la partida percibe que se ha puesto en marcha el engranaje disponible para amonestar al infractor.
Un giro del cuello vira la cabeza con una mirada penetrante, el semblante autoritario y con una leve entonación, da orden a sus lugartenientes para que estimen lo oportuno en ese momento, haciéndose cargo cada uno de la facción asignada y asuman las medidas oportunas a tomar en cuenta para la garantía de posibles ataques inesperados, así como en la estrategia que se debe tomar ante un caso como el que los tiene movilizados.
Una vez alcanzado el estado adecuado para obrar según las condiciones óptimas y conseguir el objetivo deseado, emprenden todos el acercamiento a la zona en conflicto.
Las hembras del clan dominante, deseando adquirir notoriedad en la contienda, muestran con su exhibición la hegemonía imperante en el territorio sometido a la dictadura de la fuerza, amparada por la corpulencia de la especie. A la vez que satisfacen el ego, acompañan, manteniendo las distancias preceptivas en todo protocolo, para preservar la seguridad propia a todos los integrantes de la comitiva ejecutiva.
Protegidos los flancos por las fuerzas aéreas dispuestas velozmente en tierra, se colocan alternativamente ocupando la mayor extensión de terreno posible, formando dos hileras con mayor número de elementos en la superficie más espaciosa. Quietas, inmóviles, como vigilantes que son, su atención se centra únicamente en la protección de su jefe, mirando con unos ojos que fotografían rápidamente cualquier atisbo de reacción en el contendiente.
La especie superior, alardeando de envergadura, jactándose de la mayor cantidad de milicianos y presumiendo también de su mayor belleza, avanza con el macho más engalanado a la cabeza, emitiendo sensaciones de sumisión a todas las especies pobladoras del enclave, en especial a aquella que ha osado alterar la convivencia, los parientes pequeños y no tan agraciados físicamente como ellos.
Imposible oír algún sonido fuera de la comitiva que pueda inducir a desacato, únicamente se palpa la tensión que embarga al sujeto causante de la felonía.
El nervioso y descarado galán que ha osado enfadar a la estirpe soberana, asume cabizbajo el órdago lanzado, aunque no esperaba tal movilización ante la propuesta amorosa hecha a la hembra que dio el toque de alarma y enloqueció el vergel.
Esperando, percibe ondas reductoras de su atrevimiento por haber trastornado el plácido ciclo acogedor del atardecer. Se hace interminable el asedio, pues la escolta represora se toma su tiempo hasta llegar al punto donde se encuentra el violador del código instituido, haciéndole perder toda probabilidad de salir airoso del lance.
Los momentos siguientes, son esclarecedores para la resolución del problema. El patriarca junto a los guardias encargados de la protección llenan el espacio circundante, enfrentando su voluminoso y amenazante cuerpo, a la rechoncha, graciosa y acongojada redondez de la especie en aviso. El jefe del clan mitiga la soberbia del encausado con movimientos del cuello y cabeza, a la vez que emite unos signos ininteligibles para cualquier extraño y desconocedor de las señales propias de las especies ocupantes del terreno. Todos los gestos y señales son muy significativos para el receptor del mensaje. También ayuda la autoridad recriminadora con la que se ha expresado dicho mensaje, el cual parece poner las cosas en su sitio.
No hay nada más que hacer ni que exteriorizar para solventar la escena. El entorno está expectante, cabe la posibilidad de algún gesto o acto que no acate la resolución dada y se intente prorrogar la disputa con acciones de rebeldía. Al macho provocador, le secundan sus parientes a corta distancia, esperando la sublevación que pueda dar lugar la negativa al acatamiento de las advertencias que se han puesto en liza.
Comprendido y aceptado que tanto en número como en envergadura, la acción es inviable, se toman las medidas oportunas para que ningún afín a la causa dé el paso que los lleve a una derrota humillante, violenta y tal vez aniquiladora.
Ante la impresionante y demoledora demostración de poder, el sometimiento disciplinario por parte de la pequeña ave es notorio, instando en el grupo la sensación de relajación, desapareciendo la tensión vivida hasta ese momento.
Mientras tanto la hembra intimidada, agrupada con otras compañeras de confidencias, se ve arropada por ellas en cuanto sienten su indignación por el trato recibido por el macho. Aquella se muestra indiferente y denota una cierta tristeza creyendo que todo podría haber sido de otra manera, tanto en la forma de inicio del galanteo, como en la resolución del problema. Deambula lentamente, picando de aquí, rastreando por allá, parece no prestar atención a lo que está ocurriendo. Únicamente trata de esconder el sentimiento que le ha despertado el arrogante macho al solicitarla, inapropiadamente, es verdad, pero que la ha hecho estremecer.
Un grito potente, grave y terminante, hace cumplir la subordinación y con los gestos que se exponen a la vista de todos se restablece el orden que había sido interrumpido por la amenaza de violencia.
Rápidamente finalizan los actos representados por éste elenco de magníficos actores, no sin antes darse por enterados de quiénes son los que imponen allí la ley.
Antes de abandonar la escena, el más viril, entonando el himno de autoridad, humilla al emplumado de gris y le menosprecia. Despacio, las hembras se retiran con un pequeño alboroto, como si comentaran lo sucedido y los aspirantes al trono entonan en sus cuerdas vocales el canto de la victoria, manifestando así la superioridad de la raza y grandeza de la especie. El jefe expresa el dominio encaramándose en lo alto de la rama de un árbol. Las palomas abandonan su puesto de guardia volviendo al lugar donde les había sorprendido el escándalo.
Cuando regresa el silencio y la quietud, nadie hubiera podido decir que ésta historia acaeció realmente.
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