Durin de pie, Carlos, Tini, y yo.
Los años que transcurrieron desde mi llegada de Huéscar hasta que surgieron todas las movidas políticas; huelgas, manifestación, palos y carreras; fueron dentro de una escolarización normal e integradora, pues tanto alumnos como amigos del barrio, teníamos igual procedencia y si no, la chavalería indígena era sociable e integradora.
Con la muerte del dictador, todo cambió. El proletariado se echó a la calle, los estudiantes exigieron cambios educativos, y los derechos cercenados reclamaron su protagonismo, dando todo ello como resultado la ocupación represiva por parte de los maderos, con las lecheras ocupando espacios y llenandolas de personal en desacuerdo con las libertades restringidas.
No teníamos margen para otras cosas que para seguir con la tontería de la edad del pavo, dejándonos influenciar por la juventud que sí estaba en otras historias y nos arrastraba por inercia y protagonismo.
La salida del colegio y sin perspectivas de trabajo a esa edad, coincidió con la apertura del instituto de bachillerato en el barrio. Fue como la guardería para ociosos y desocupados, dándonos la alternativa de pasar un año sabático dentro del cocido que empezaba a bullir entre los movimientos estudiantiles, auspiciados por grupos comunistas y revolucionarios, haciéndonos partícipes a todos aquellos que o bien pasábamos de estudiar, o nos sentíamos representados con las reivindicaciones estudiantiles.
Ese año del 76 nos hizo creernos el centro del mundo. El vacile con las niñas, el cigarrito, los grupos influyentes e influenciables, la supremacía de las personalidades en aumento, la hegemonía de la fuerza física y tantas movidas que a flor de acné suelen supurar, nos catapultó a otro estado emocional. Como digo, el año de instituto fue una transición de críos mayores con la estima por los aires y con la creencia de que dejar tras de sí el colegio, daba un plus en la madurez como para sentirnos unos hombres hechos y derechos, pero bajo la cobertura de las alas maternas que nos eximia de cualquier responsabilidad. Sirvió para que una minoría tomara ya conciencia de sus responsabilidades; no tanto la mayoría que seguíamos con la tontería. Creación de asociaciones juveniles de estudiantes reivindicando mejoras estudiantiles, así como políticas, grupos de actividades, etc; descubrimientos de la psicodelia, de las sustancias estupefacientes, del sexo; bueno de todo aquello que tan reprimido estaba.
Pasa el tiempo entre movidas sin provecho y termino en el año 77, ingresando en el internado del Ejercito, en I.P.E, nº 1, en Carabanchel. Pero esa etapa merece mención aparte por todo lo que supuso en mi desarrollo personal y moral, caracterizando mi personalidad basada en la disciplina y responsabilidad ante mi toma de conciencia de donde me había metido.
Tres años hasta la mayoría de edad en el año 80, que la movida madrileña musical se encargó de pasar un tanto de largo, pues nuestra preferencias musicales eran otras y nuestro caudal dineral no daba para frecuentar las salas pijas donde se fraguaba todo el tomate de los pudientes madrileños. Con la mayoría de edad recién cumplida y comiéndonos la vida a bocaos, saltando de flor en flor como las abejas, recogiendo todo lo que íbamos descubriendo de la coincidencia entre la llegada de las libertades políticas con el crecimiento personal, tanto físico como mental; y despertando de la tontería que teníamos encima, así como de la enseñanza que se nos impartió; "llegamos aquí :
- Una isla de caramelo, con montañas de turrón; ríos de leche, cataratas de licor, bosques de fresas".
Ya por entonces, con métodos empleados de diferentes maneras a lo largo de la ya empezada transición?, (esa es otra discusión que merecería una valoración fuera de lo tratado ahora), la sociedad abrió caminos por donde reconducir muchas y variadas sensibilidades sociales, políticas y de convivencia; que la juventud, trató de aprovechar al máximo. Unos y otros, tomamos decisiones y caminos, que en mi caso ya parecía que se estaba encauzado o tomando la dirección que me llevara a determinar mi futuro.
Al igual que en mi infancia, la amistad fue la clave de mi realidad social y de convivencia con el resto de las personas que me rodearon en el momento al que me refiero. Haciendo resaltar la normal convivencia familiar bajo un entorno que hacía posible una buena relación y ayudándome en todos los aspectos necesarios para que mi transito fuera mas presumible a la circunstancias que se dieron, teniendo a mis hermanos (Carmen y Pedrito, principalmente, con los que convivía) como garantes de mi estabilidad tanto monetaria como de apoyo emocional.
Las posibilidades que me surgieron entre la gran cantidad de compañeros en el internado, haciendo amistades perdurables, como son todas las que tienen en común el contacto total diario; y los que ya lo eran desde el colegio en Leganés, con iguales características, pero sin las comidas y la noche en común, hicieron que mi tránsito fuera casi pletórico por no pecar y ser tachado de pedante. Solo debo reconocer la nostalgia infantil de aquellos con los que no compartí convivencia posteriormente, pero siempre serán considerados como los primeros y mas puros, pues su amistad procede de la inocencia, donde la alegría busca consuelo.
Los años desde mi llegada como paleto a la urbe ciudadana fue de integración rápida, pues casi toda la población que habitaba las nuevas construcciones, lo eran por el hecho de la llegada masiva de mano de obra barata para el circulo industrial madrileño; en su mayoría eran exiliados de tierras extremeñas y en menor medida aunque también importante de andaluces, como era nuestro caso.
Hay muchos cuentos, relatos y vivencias destacables de aquellos años, por todos los sitios donde nos movíamos, la de risas que surgían en cualquier ocasión o como consecuencia de situaciones que solo bastaba una mirada para partirse el bullaca; en esos billares donde se agitaba y aparecía la picaresca cervantina de Rinconete y Cortadillo.
La entrada del "Sandokan", ya era claro aviso de atención, por el vacile que representaba y sus puestas en escena jugando al billar, eran dignos del mayor interés, estando al loro de cualquier movimiento que hiciese flotar cachondeo en cada pequeño rincón de la pequeña estancia. Resaltaba la vestimenta, pues llevaba pantalones sin cintura de campana (a la moda macarrera), marcando paquete y cuando le tocaba tirar a las bolas con el taco sobre el tapete, lo primero que hacía era poner las suyas sobre la mesa (en determinadas posiciones mas alejadas), sopesando e intentando averiguar cuáles eran mas grandes, las suyas o las de la mesa (suposición nuestra); haciéndonos partir de la risa a todos los críos que estabamos pendiente de la movida y en complot para el divertimento.
Como muestra sirva ésta anécdota como botón de muestra, con otras historias que se quedan en el recuerdo sin definir importancia ni oportunidad, sino que al no poder memorizar toda nuestra vida, éstas tienen el honor de pasar a la posteridad.
Con la muerte del dictador, todo cambió. El proletariado se echó a la calle, los estudiantes exigieron cambios educativos, y los derechos cercenados reclamaron su protagonismo, dando todo ello como resultado la ocupación represiva por parte de los maderos, con las lecheras ocupando espacios y llenandolas de personal en desacuerdo con las libertades restringidas.
No teníamos margen para otras cosas que para seguir con la tontería de la edad del pavo, dejándonos influenciar por la juventud que sí estaba en otras historias y nos arrastraba por inercia y protagonismo.
La salida del colegio y sin perspectivas de trabajo a esa edad, coincidió con la apertura del instituto de bachillerato en el barrio. Fue como la guardería para ociosos y desocupados, dándonos la alternativa de pasar un año sabático dentro del cocido que empezaba a bullir entre los movimientos estudiantiles, auspiciados por grupos comunistas y revolucionarios, haciéndonos partícipes a todos aquellos que o bien pasábamos de estudiar, o nos sentíamos representados con las reivindicaciones estudiantiles.
Ese año del 76 nos hizo creernos el centro del mundo. El vacile con las niñas, el cigarrito, los grupos influyentes e influenciables, la supremacía de las personalidades en aumento, la hegemonía de la fuerza física y tantas movidas que a flor de acné suelen supurar, nos catapultó a otro estado emocional. Como digo, el año de instituto fue una transición de críos mayores con la estima por los aires y con la creencia de que dejar tras de sí el colegio, daba un plus en la madurez como para sentirnos unos hombres hechos y derechos, pero bajo la cobertura de las alas maternas que nos eximia de cualquier responsabilidad. Sirvió para que una minoría tomara ya conciencia de sus responsabilidades; no tanto la mayoría que seguíamos con la tontería. Creación de asociaciones juveniles de estudiantes reivindicando mejoras estudiantiles, así como políticas, grupos de actividades, etc; descubrimientos de la psicodelia, de las sustancias estupefacientes, del sexo; bueno de todo aquello que tan reprimido estaba.
Pasa el tiempo entre movidas sin provecho y termino en el año 77, ingresando en el internado del Ejercito, en I.P.E, nº 1, en Carabanchel. Pero esa etapa merece mención aparte por todo lo que supuso en mi desarrollo personal y moral, caracterizando mi personalidad basada en la disciplina y responsabilidad ante mi toma de conciencia de donde me había metido.
Tres años hasta la mayoría de edad en el año 80, que la movida madrileña musical se encargó de pasar un tanto de largo, pues nuestra preferencias musicales eran otras y nuestro caudal dineral no daba para frecuentar las salas pijas donde se fraguaba todo el tomate de los pudientes madrileños. Con la mayoría de edad recién cumplida y comiéndonos la vida a bocaos, saltando de flor en flor como las abejas, recogiendo todo lo que íbamos descubriendo de la coincidencia entre la llegada de las libertades políticas con el crecimiento personal, tanto físico como mental; y despertando de la tontería que teníamos encima, así como de la enseñanza que se nos impartió; "llegamos aquí :
- Una isla de caramelo, con montañas de turrón; ríos de leche, cataratas de licor, bosques de fresas".
Ya por entonces, con métodos empleados de diferentes maneras a lo largo de la ya empezada transición?, (esa es otra discusión que merecería una valoración fuera de lo tratado ahora), la sociedad abrió caminos por donde reconducir muchas y variadas sensibilidades sociales, políticas y de convivencia; que la juventud, trató de aprovechar al máximo. Unos y otros, tomamos decisiones y caminos, que en mi caso ya parecía que se estaba encauzado o tomando la dirección que me llevara a determinar mi futuro.
Al igual que en mi infancia, la amistad fue la clave de mi realidad social y de convivencia con el resto de las personas que me rodearon en el momento al que me refiero. Haciendo resaltar la normal convivencia familiar bajo un entorno que hacía posible una buena relación y ayudándome en todos los aspectos necesarios para que mi transito fuera mas presumible a la circunstancias que se dieron, teniendo a mis hermanos (Carmen y Pedrito, principalmente, con los que convivía) como garantes de mi estabilidad tanto monetaria como de apoyo emocional.
Las posibilidades que me surgieron entre la gran cantidad de compañeros en el internado, haciendo amistades perdurables, como son todas las que tienen en común el contacto total diario; y los que ya lo eran desde el colegio en Leganés, con iguales características, pero sin las comidas y la noche en común, hicieron que mi tránsito fuera casi pletórico por no pecar y ser tachado de pedante. Solo debo reconocer la nostalgia infantil de aquellos con los que no compartí convivencia posteriormente, pero siempre serán considerados como los primeros y mas puros, pues su amistad procede de la inocencia, donde la alegría busca consuelo.
Los años desde mi llegada como paleto a la urbe ciudadana fue de integración rápida, pues casi toda la población que habitaba las nuevas construcciones, lo eran por el hecho de la llegada masiva de mano de obra barata para el circulo industrial madrileño; en su mayoría eran exiliados de tierras extremeñas y en menor medida aunque también importante de andaluces, como era nuestro caso.
Hay muchos cuentos, relatos y vivencias destacables de aquellos años, por todos los sitios donde nos movíamos, la de risas que surgían en cualquier ocasión o como consecuencia de situaciones que solo bastaba una mirada para partirse el bullaca; en esos billares donde se agitaba y aparecía la picaresca cervantina de Rinconete y Cortadillo.
La entrada del "Sandokan", ya era claro aviso de atención, por el vacile que representaba y sus puestas en escena jugando al billar, eran dignos del mayor interés, estando al loro de cualquier movimiento que hiciese flotar cachondeo en cada pequeño rincón de la pequeña estancia. Resaltaba la vestimenta, pues llevaba pantalones sin cintura de campana (a la moda macarrera), marcando paquete y cuando le tocaba tirar a las bolas con el taco sobre el tapete, lo primero que hacía era poner las suyas sobre la mesa (en determinadas posiciones mas alejadas), sopesando e intentando averiguar cuáles eran mas grandes, las suyas o las de la mesa (suposición nuestra); haciéndonos partir de la risa a todos los críos que estabamos pendiente de la movida y en complot para el divertimento.
Como muestra sirva ésta anécdota como botón de muestra, con otras historias que se quedan en el recuerdo sin definir importancia ni oportunidad, sino que al no poder memorizar toda nuestra vida, éstas tienen el honor de pasar a la posteridad.
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