
Mi madre. Fot. www.Francisca Pageo.
Cómo vuelvo a abrazarte, a besarte, y decir lo que te quiero, aunque no estoy a tu lado, desde aquí, en la lejanía del camino, puedo ofrecerte palabras, pensadas con el cariño del amor que profeso por tí .
Cuando recuerdo en cómo me coges las manos y yo te acaricio con las mías, notando entre las huellas que los años dibujan en la piel, el largo tiempo que han pasado cuidándonos, acariciándonos el rostro cada vez que una lágrima brotaba entre sollozos, porque no nos miraban tus pequeños ojos dulces, para llamar tu atención y nos cobijaras entre arrumacos, sujetos por tus brazos.
Somos muchos hijos para una madre que pudo con todos; cuando no era uno, era la otra, si no varios a la vez, y esas manos ocupándose de cuidarnos, repartiendo consuelo y dedicación, con el tiempo cogido prestado, y pagando la deuda con amor.
Pendiente de cada situación, sin falta es la hora, la ropa planchada y en la bolsa metida, no falta nada mama, hasta el viernes si va bien la semana.
En todo momento y lugar, allí estabas tu, y me giro sorprendido después de observar lo que sucede sin comprender tras una ventana, y me miras sabiendo con lágrimas en los ojos, que acabo de despertar de un mal sueño, pero que tu estas allí, junto a mí para no preocuparme por nada de lo que pueda pasar.
Situaciones multitudinarias de actos donde un hijo siempre está presente para que la madre resuelva el imprevisto, la solución acertada cae por su propio peso, sin saber por qué, ni cómo; lo que preocupaba, dejó de ser un problema ante la incredulidad y asombro de los ojos asustados de un niño que no comprende ni sospecha la habilidad para que él se sienta contento después de cada intervención de su madre.
En nuestra casa, siempre ha sido el punto de referencia, como supongo a todos nos ocurre, siendo los momentos de mayor dulzura y estabilidad emocional de cada instante de los que hemos vivido en familia.
Anécdotas y situaciones para corroborar el amor y dedicación que puede dar, son innumerables superando el último al anterior, en distintos momentos y actuando sin esfuerzo. Todas las madres saben a lo que me refiero, así como los hijos lo saben.
Hay una ocasión que de entre las muchas que conservo en la memoria, no deja de sorprenderme cada vez que aflora el recuerdo. Solo me voy a referir a ella como ejemplo y por no enumerar mas que aumenten su valor, pues no hacen falta; todos tenemos ejemplos para mencionar y a mí, con ésta muestro lo admirable y extraordinario que puede llegar a ser su comportamiento y amor.
Estando en Granada, en un traslado a Vadollano, tuve un accidente cerca de Linares, siendo hospitalizado en Jaén; lejos de familia y amigos, y tras pasar unas semanas, siguiendo el tratamiento en el hospital, habiendo estado todos mis familiares en los primeros días haciéndome compañía y ante las heridas que solo afectaban una pierna, pero que se debatía entre el corte o seguir entera, debieron regresar a sus actividades rutinarias a sus hogares, quedándome al cuidado de mi compañera, o novia; la que es hoy mi mujer, o esposa; no sé como suena mejor al referirme a ella. Mi Ana, el ángel que se ocupa de mí.
El caso es que tras varias semanas allí en el hospital, encamado sin poder levantarme, de las muchas conversaciones que teníamos, salió una mención a mi madre, comentando lo que haría o sería capaz de hacer, repasando algunas referencias a casos que había tenido en su estancia cuando tuve el accidente y vino junto a mi padre y hermanos desde Murcia. Pues la charla rondaba sobre ella y en un momento dado se me ocurrió decir: - "Es capaz de coger el autobús y plantarse sola en Jaén en cualquier momento sin avisar y venir al hospital sin dudarlo".
Fue terminar de decirlo, y aparecer ella por la puerta de la habitación, con su bolso negro colgado del brazo y con pequeños pasos, acercarse hacia nosotros entre lágrimas de emoción. Se llama Carmen, pronto cumplirá 93 años.
Fotografía del artículo: Francisca Pageo.
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