La cartera cogida por las asas se balanceaba lentamente al compás de los pasos. Salva miraba en todas direcciones intentando localizar a algún amigo, con quien pudiera recorrer el camino hasta las clases, donde los habían situado el año anterior, alojando los cursos de 2º y 3º, en el edificio de la O.J.E.
La gran casa señorial, habilitada para la ocupación por la asociación juvenil del régimen y como centro escolar, estaba situada junto a la carretera de Granada, donde comenzaba haciendo intersección la via a Castríl. Al lado de ésta calzada estaba situado el campo de fútbol, que tenía las dos porterías ocupadas con sendos grupos de chiquillos disputando la posesión de una pelota, en el suelo los libros y otras carteras; debajo de la arboleda de la carretera, junto a la acequia tras una portería, estaban otros niños sentados intercambiando cromos, ajenos a cualquier bulla que pudiera alterar la concentración que requería tal negocio. La escandalera del juego, alborotaba la escenificación teatral representada en todo lo largo y ancho del terreno dedicado al futbol y empleado como antesala al patio del colegio que tan próximo estaba. Las niñas en grupos, ya se acercaban caminando entre sonrisas y cuchicheos, unas correteando detrás de otras, solas iban algunas hasta su colegio, que tan cerca del otro estaba. También se saltaba a la comba, siendo los últimos saltos, rápidos y continuos; una detrás de otra saliendo corriendo según se abandonaba la cuerda.
Salva se había juntado con Mirón, que rondaba la puerta del colegio sin definir su entrada, merodeando las proximidades, yendo de un ciprés a otro, recogiendo las pequeñas piñas redondas que al alcance de la mano tenía de árboles tan estilizados.
-¿No has traído los libros?. Preguntó Salva nada mas verle, tirando piñas contra objetos en el suelo.
- Que va, no pienso subir a la escuela.
- ¿Y te vas a quedar aquí?-
- No, me voy p'al río, ¿te quieres venir?.
- Ostias zagal, no me atrevo, si se entera mi padre...
- No se enteran, el maestro no dice nada.
- Joer que no, vive junto a mi casa y como se le ocurra decírselo, no veas la que se lía.
Cogían los dos, pequeños frutos de los alargados árboles; que tras tomar diferentes marcas o sitios donde apuntar, tiraban con clara intención de acertar más veces que el otro, acabando escondiéndose y tomándose ambos como objetivo entre risas y correrías, que tras unos tímidos lanzamientos y viendo que el momento de entrada a clase se acercaba, dieron por finalizado el enfrentamiento.
Mirón le comentó a su amigo la conveniencia de irse y pasar la tarde recorriendo caminos y jugando.
Las proximidades del centro escolar ya estaban poblándose de zagales según avanzaba el tiempo, y sin casi margen de respuesta, Mirón conminó a su amigo a seguirlo mientras se alejaba lentamente haciéndole ver su marcha.
En un rápido movimiento de respuesta al envite de su amigo, el Salva salió corriendo detrás de él, haciendo de ésta reacción una carrera hacia un lateral de la carretera con dirección al parque, donde buscarían cobijo bajo la arboleda.
Fugaz fue la entrada al ajardinado espacio entre las risas nerviosas y la gran excitación causada por tamaña osadía cubierta de arrojo y determinación, fuera de la habitual conducta de los dos.
Dentro del parque entretuvieron el tiempo haciendo correrías entre el laberíntico jardín y escondiéndose con sutileza para evitar las miradas de los paseantes y alumnos del instituto cercano, que también pululaban por allí en el edificio próximo al cuartel de la guardia civil.
Jugaban y se entretenían sentados en los polletes de la pérgola que cruzaba en anchura la longitud del vergel, separando un parterre floreado y con distintos tipos de árboles representativos de la zona; de otro sector mas ajardinado con setos altos cercando a diferentes especies formando una majestuosa arboleda donde la altura y gran follaje, envolvian una plaza central con kiosco, palomar y zona de juegos. Próxima a los columpios, se podia ver entre las serpenteantes sendas que escondían los setos, la efigie labrada en piedra de una cabra postrada, compañera inseparable y representativa de la historia del parque.
El tiempo parecía no pasar hasta que determinaron abandonar la idílica estancia, que entre correrías y sigilosas escondidas para evitar el oteo de algún cazador susceptible de llamar la atención a dos niños fuera de su hábitat en horario colegial, llegaron a la escalinata que daba acceso al arco amurallado de la Torre del Homenaje, y tras cruzarle llegaron a la puerta de la plaza de toros, que por algún motivo desconocido se encontraba abierta, posibilitando el paso hacia el interior que sin miramientos ni vergüenza realizaron con rapidez y sigilo.
La nula visión de persona alguna que les hiciese retroceder en sus pasos, les envalentonó hasta bajar al coso de la plaza que tras un salto desde la grada, de la que su pared vertical hacía de barrera del ruedo, en la que habían otras protectoras de situación para los diestros con salida de escape.
La ilusión era desbordante, el juego se hizo imaginario y fantasioso, acrecentado con el hallazgo de una cornamenta de toro que redondeó la escapada y le dió sentido a los pases de muleta que comenzaron con la fascinación y encantamiento de una experiencia ilusoria, desarrollada con todas las artes que intervinieron en la corrida de toros de aquella tarde inolvidable que incluso tuvo una salida a hombros; aunque simulada y figurada, pues la cruda realidad les hizo salir corriendo velozmente por uno de los vomitorios de la barrera mas cercana, al verse descubiertos por los responsables de la custodia de la plaza que a voz en grito le recriminaron su estancia en dicho lugar.
Llegaron rápidamente a la puerta de salida, como el espontáneo que huye de sus captores cuando intenta hacer una faena, faena que ellos sí hicieron y finalizaron con las dos orejas y el rabo de un toro fantástico, fabuloso en su comportamiento ante los envites de la muleta.
La huida imprevista de la plaza y el tiempo transcurrido, les hizo coincidir con el normal tránsito de la salida del colegio, que veìa a los niños marchar hacia sus casas o entre juegos disfrutando de la libertad colegial; coincidiendo con la apertura de establecimientos junto a la rutina diaria de la población que hacía camuflar la aparición con el resto, naturalizando su presencia en el entorno creado.
Pletóricos de felicidad, se despidieron en el mismo lugar donde se encontraron, entre alegres sonrisas y exultantes de regocijo junto a los cipreses. Salva corría agitando la cartera al ritmo de las veloces pisadas, en la que se escuchaba el violento desplazamiento del plumier, de los libros y el bloc de escritura, donde seguro haría una reseña de tan estupenda tarde de macuala... y novillos.