martes, 7 de julio de 2015

OTRA ESTACIÓN PARA VIVIR

                                         
 Al fondo el colegio, a la derecha del coche los billares, mi casa detrás del fotógrafo. 

                                     
Por aquellas fechas, rondaba la navidad con su número premiado de la lotería, el normal bullicio de tan señalada fecha plasmaba la alegría en los rostros que con mas o menos posibilidades económicas, siempre hacían variar la actitud con respecto a otras épocas del año.
La adaptación, tanto a la vivienda por estrenar, como al nuevo barrio y ciudad, así como a las personas que lo habitaban; no fue muy difícil, pues el común trasiego diario hizo que el conocimiento y la habitual rutina, diera como resultado la integración mas o menos paulatina entre una población en su mayoría emigrante de Extremadura y en menor medida no muy lejana, andaluces como éramos nosotros.
El tiempo vacacional que proporcionaba el colegio, facilitó que la muchachada anduviera en la calle continuamente, haciendo posible que el acercamiento a cualquier grupo de los que se formaban, fuese mas factible a la hora de hacer amigos. Y como siempre, fue la pelota la que entró en juego para hacerme partícipe de la comunicación con otros chavales, pues allí ya no había zagales.
Casualidades de la vida, hicieron que mis primeros amigos fueran extremeños, y uno de ellos de Jarandilla de la Vera, donde posteriormente, al cabo de los años sería zona de peregrinaje, idas y venidas, y lugar de largas estancias.
También hizo la casualidad que ellos fueran a otro colegio diferente al que iba a ir yo, lo que posibilitó después que mi grupo de amigos aumentara en mayor proporción, pues todos eran del barrio pero no pertenecían al mismo grupo de amigos y así me hice con un amplio núcleo de conocidos que hizo mi adaptación mas rápida de lo que hubiera esperado.
Aunque mi temprana edad, en febrero del 73 cumplí 11 años; no me impidió rondar unos billares que estaban situados en la acera de enfrente del colegio a poco mas de cincuenta metros de mi casa en la misma calle, como hecho a posta para que uno no tuviera dudas de cómo debía emplear su tiempo libre, esos billares y otros situados en diferentes barrios, marcaron la adolescencia y juventud de toda la muchachada al ser referente de encuentros, juegos, risas, quedadas, música, peleas, y todo lo que cabe en un lugar como ese.
La finalización de las vacaciones navideñas, dieron paso a mi incorporación al colegio cercano a la casa donde mi vida circulaba por otra estación, Marqués de Leganés se llama, cabe destacar que entré en una clase que juntaba dos cursos, el de procedencia mío 4º, y también 5º; en una estancia apartada del núcleo de clases donde supongo iban juntando a las nuevas incorporaciones que no tenían cabida en las clases de alumnos, ya establecidas en su capacidad y normal funcionamiento. A partir de ahí, también desapareció la palabra " macuala", siendo sustituida por la de "novillos". 
El profesor que teníamos, Pedro se llamaba; me impactó al no tener mucho parecido o casi ninguno al tipo estándar que en esa fechas era un maestro. Joven, seguro que recién salido de la universidad, alto, bien parecido con el pelo largo recogido en una coleta y con una labia que a unos críos como lo éramos a esa edad, nos encandilaba nada más abrir la boca. A mí me sorprendió desde el primer momento por la distinta percepción que él tenía de la enseñanza, comparada con la que traía del pueblo; aunque éste profesor era una excepción que confirmaba la regla del aprendizaje en esos años, y en ese colegio también, pues el adoctrinamiento franquista era común y su estricto cumplimiento, norma, aún resonaba en las filas hechas para entrar a clase el cantado "cara al sol" con collejas al pasar para dentro del edificio; siendo el resto de profesores modelos representativos de la educación establecida, aunque con las personalidades distintas que hacían de su práctica en la enseñanza, distintos métodos y más acorde con los tiempos que avanzaban. Eso sí, si había que soltar la mano, era muy fácil que saliera a pasear con frecuencia. 
Otra diferencia, y además muy sorprendente; era que en esa clase estábamos juntos niños y niñas, cuando en el colegio había un edificio separado por el patio para cada grupo representado por el sexo. Y claro, la novedad hizo alarde de suposiciones fantasiosas, enamoramientos tempranos y frustrados, amistades poco usuales dadas las características de la extraña experiencia de juntar ambos sexos en una misma clase, y la clásica valentía para sorprender o también la común timidez para encubrir.
Cabe aclarar que a lo largo de los años posteriores como estudiante, jamás volví a compartir aulas con chicas.
Así fueron los primeros pasos nada mas llegar a Leganés, resaltando que fuimos los primeros vecinos en habitar el conjunto de viviendas que conformaban el edificio, nueve en total mas el piso piloto que aún estaba como muestra de los compradores; y esa circunstancia de ser los únicos que vivíamos  y ademas en la última planta, la cuarta; hizo que por las noches al subir a casa lo hiciera con la impresión del seguimiento por parte de alguien o la espera en cualquier descansillo del mas temible atracador o yo que sé, qué tipo de persona; pero hasta que se hizo rutina y pasó mucho tiempo, junto a la venida de nuevos vecinos, subía a casa a toda velocidad y jiñao por lo que pudiera pasar.     

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